La necesidad agudiza el ingenio. Llega un momento en el que las situaciones rozan unos límites que cualquier idea es bienvenida. Por marciana que parezca, puede tenerse en cuenta. Algo así ocurre en el sector de la aviación, que observa con preocupación cómo su impacto en el medio ambiente no ayuda a contener el cambio climático. Un estudio de la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA) concluye que los aviones representan solo el 2% del total de emisiones carbono; aunque, con el ritmo de crecimiento actual de vuelos comerciales, en 2050 lo habrán triplicado. “Reconocemos como industria la necesidad de atajar esta tendencia para combatir el reto que supone el cambio climático”, determina el informe.
Para afrontar este reto ecológico, la innovación en biocombustibles está arrojando una serie de proyectos que parecen sacados de otros planetas. Esta gasolina verde no es del todo desconocida en el sector. En 2008, Virgin Atlantic voló de Londres a Ámsterdam con un 20% de uno de los cuatro tanques compuesto por aceites de coco y babasu. Ese mismo año, un avión de Air New Zeland dispuso el depósito a partes iguales entre la gasolina y derivados de la jatropha. Sin embargo, todavía no habían agudizado suficientemente el ingenio como para percatarse de que las algas iban a ser sus aliadas. Airbus dio sus primeros pasos hace casi una década, pero ahora mismo conviven diferentes proyectos que han encontrado en estos organismos un biocombustible con muchas posibilidades.
Como explica Grazia Vittadini, responsable tecnológica de Airbus, las algas disponen de unas características con un gran potencial para su desarrollo. “Capturan el dióxido de carbono, pero necesitamos modificarlas genéticamente si queremos que funcionen correctamente en los vuelos”, precisa. Y es que los biocombustibles ya presentes en coches son incompatibles con los aviones, dado que atrapan el agua en las líneas de combustible y a 10 kilómetros de altura se congelan. Para revertir estos inconvenientes, Vittadini comenta un trabajo que realizan conjuntamente con químicos de la Universidad Técnica de Múnich para lograr estos cambios genéticos. “En cuencas de agua salada con radiación LED, simulamos diferentes niveles de humedad, luz y temperatura para descubrir cómo evolucionan”, sostiene.
La grasa de las algas es la que se aprovecha para convertirla en biocombustible. La ventaja es que crecen 12 veces más rápido y tienen más grasa que cualquier planta cultivada en el suelo. Esto aporta un gran valor, o eso creen en el sector de la aviación, de cara a que en un futuro sea la gasolina que vuela los aviones. Thoma Brück, uno de los investigadores de la Universidad de Múnich, todavía muestra cierto escepticismo al respecto. En su opinión, para llegar a una generalización, los procesos de refinamiento de algas, como de otros biocombustibles, ha de resultar mucho más barato. “Puede que en 2030 veamos la primera planta productora de combustible a partir de estos organismos, pero falta más interés por parte de los grandes actores”, zanja.
Inversión en combustibles alternativos
El Grupo IAG, en el que se encuentran compañías como Iberia y British Airways, asegura que tiene un compromiso determinado con los combustibles sostenibles. En palabras de su responsable de innovación, Dupsy Abiola, en los próximos 20 años invertirán unos 350 millones de euros para encontrar soluciones. “Trabajamos en diferentes tecnologías para captar las emisiones de carbono y optimizar el gasto en combustible. No creo que haya una solución única. No podemos ir solos en este tema”, asegura. Como muestra de su discurso, recuerda un proyecto conjunto con la Univerity College de Londres a la que ha dotado de cerca de 30.000 euros.
Esta iniciativa universitaria, pensada por un equipo de ingenieros químicos, busca convertir los residuos domésticos no reciclables en metanol para producir un combustible que impulse un vuelo de larga distancia sin emitir dióxido de carbono. La idea conjunta en la que trabajan sería la construcción de plantas cerca de los vertederos con el fin de que la producción llegue a ser más económica y segura. Estiman que para 2050, en un país como Reino Unido, podrían entregar unas 3,5 toneladas de combustible para los aviones. “La ventaja de IAG es que podemos cooperar con diferentes soluciones innovadoras y con muchos socios diferentes”, afirma Abiola.
Los biocombustibles están en plena rebelión contra el cambio climático. Luchan por dejar atrás toda la contaminación que el petróleo aporta a los vuelos comerciales. “A corto plazo, las emisiones cero en las rutas comerciales no son viables por cuestiones físicas. Ahora bien, los modelos híbridos representan una buena solución”, matiza Vittadini. Los combustibles verdes se unen a la lucha por el medio ambiente. De lo que no queda duda alguna es de que los combustibles verdes pretenden luchar contra la gasolina.
Fuente: Retina El Pais