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La secuencia de genomas completos de especies vegetales o animales permiten buscar particularidades desde vacas sin cuernos hasta fresas con un aroma más apetecible.
Dos elefantes botan sobre un balancín, uno empuja al otro y al caer hacen retumbar hasta el marco de la pantalla. ¿Notas cómo suena el ‘boom’ en tu cabeza? Si ‘oyes’ algo, debes saber que es un ‘gif’ sin sonido, pero tu cerebro hace que creas lo contrario. La explicación está en tu mente.
Este ‘gif’, que lleva circulando por la red desde que un usuario lo colgó en Reddit hace cuatro años, ha vuelto a hacerse popular estos días en redes sociales gracias a un tuit de Almudena Castro. Y lo interesante es la explicación que hay detrás. Si ‘oyes’ algo al verlo, es por un proceso psicológico por el que tu mente es capaz de engañar a tus sentidos y hacerles creer que algo suena aunque no sea así, gracias a tu experiencia y a la interconexión de tus sentidos.
Relacionado con la psicoacústica, con la memoria y con la sinestesia, el secreto de este fenómeno, según explica la psicóloga y editora del blog ‘El baúl de la Psique’, Julia Torrente, está en la relación constante entre vista, oído, tacto, olfato y el gusto con nuestra mente. “A nivel cerebral, nuestros sentidos están todos interrelacionados entre sí. Eso nos permite, por ejemplo, ‘leer los labios’ a alguien o taparnos los oídos antes de que un petardo explote, porque sabemos que va a hacer ‘boom”, explica en conversación con Teknautas.
Si hablamos en términos científicos, se conoce este fenómeno como procesamiento descendente, un concepto que se podría definir como un proceso que permite a nuestra mente construir percepciones a partir de la experiencia y las expectativas.
Para entenderlo mejor, esto hace que podamos saber cómo suena ese ‘gif’ aunque no tenga sonido, porque nuestra experiencia y nuestras expectativas dicen que un elefante cayendo en un balancín haría mucho ruido. “Es algo que se utiliza mucho en publicidad y ‘marketing’. En estos ámbitos, se utilizan olores que nos recuerdan a algo apetecible o sintonías que despiertan en nosotros diferentes sensaciones para incentivar nuestras ganas de comprar o transmitir buenas sensaciones sobre una marca”, añade la especialista.
Igual que a cada uno los olores le afectan de diferente forma, es posible que tú no escuches nada al ver a los elefantes botando, pero no deberías llamar loco al que sí los escucha. Y si eres muy incrédulo, quizás alguno de estos otros experimentos te convenzan.
El poder de escuchar con los ojos
Si aún sigues sin creer que alguien pueda escuchar sonido en el ‘gif’ de los elefantes, hay otro estudio realizado por neurocientíficos ingleses de la City University of London y publicado en enero de 2017 que añade más contexto. En él, aseguran los investigadores, gracias a la interconexión de nuestros sentidos, al menos uno de cada cinco humanos es capaz de escuchar sonidos al ver destellos de luz aunque estos en realidad no tengan ningún tipo de sonido. Lo puedes comprobar en el vídeo debajo:
¿Has probado? ¿Estás entre ese 20% de la especie que tiene este ‘superpoder’? Si es así, lo mismo es que, como comentaba el autor de este estudio, Elliot Freeman, “tienes más sentidos de los que reconoces”. Si te animas, también puedes probar con este otro vídeo a ver si escuchas el movimiento de las figuras.
Como añade Julia Torrente, “todo esto señala que nuestro cerebro está interconectado en su totalidad y la información que recibimos evoca una respuesta cerebral a diferentes niveles”. Para que sigas indagando en tu mente, te dejamos este último ‘gif’, por si te da por oírlo, o lo mismo te da la risa sin sentido. Solo deja a tu cerebro que funcione.
Podría decirse que el ser humano tiene un gran cerebro. Y no solo por su kilo y medio de peso, el cerebro ha dado al Homo sapiens, el humano pensante, herramientas para poblar todos los continentes del planeta; para aprender y crear desde minúsculos haikus, que conmueven hasta las lágrimas en 17 sílabas, hasta sondas espaciales que le permiten estudiar los astros y enviar mensajes esperando que seres intergalácticos los descifren. Pero en la actualidad, un gran cerebro puede convertirse en una desventaja para las especies animales no humanas en la Tierra.
Un cerebro es costoso, al inicio de la vida hay que proveerle energía para que crezca y se desarrolle, y hay que mantenerlo en la adultez, explica Alejandro González Voyer, investigador del Instituto de Ecología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Por el alto costo energético del cerebro, las crías necesitan más tiempo para desarrollarse, volverse independientes y entrar a la etapa de reproducción, así que la reproducción de la especie se vuelve más lenta.
Entonces, lo que en el pasado pudo ser una ventaja —crías y adultos con mayor capacidad de aprendizaje y flexibilidad en el comportamiento—, en las condiciones actuales —explotación, pérdida de hábitat y contaminación— resulta ser una desventaja, esto, según los resultados de una investigación que realizó Alejandro González junto con los científicos Manuela González Suárez, Carles Vilà y Eloy Revilla, de España y Reino Unido.
Los científicos analizaron la vulnerabilidad de 474 especies actuales de mamíferos de diferentes tamaños y en distintas categorías de vulnerabilidad de extinción, para analizar si el tamaño de su cerebro afectaba sus probabilidades de extinción. Lo que encontraron fue que un cerebro más grande, en relación al tamaño corporal, aumenta el riesgo de extinción de una especie. El equipo publicó sus conclusiones en la revista Evolution.
Un cerebro que “come” demasiado
El cerebro de un humano adulto sale caro, con cerca de 20 billones de neuronas representa alrededor de dos por ciento de su peso corporal, pero utiliza casi 20 por ciento de toda la energía que consume. De hecho, consume la misma cantidad de energía que todo el músculo esquelético en reposo, explican en un artículo Patricio Barros, Clara Juárez y Mónica Rosales, investigadores del Centro de Investigación Biomédica de Occidente (CIBO), del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).
Esto implica que una persona que consume dos mil kilocalorías diarias destina 400 kilocalorías al día solo para mantener su cerebro. Esto equivale, aproximadamente, a una ración de cuatro huevos fritos, seis tortillas o tres rebanadas de pan de caja.
Hay estudios que muestran que un aumento en el tamaño del cerebro está asociado a un incremento en la tasa metabólica, que es una medida del gasto energético que tienen los individuos cuando están en reposo, explica Alejandro González.
“Conforme aumenta el tamaño del cerebro, las crías aumentan de tamaño, simplemente porque deben tener cráneos más grandes. Esto hace que el número de crías por camada disminuya y además que se requieran más recursos para mantenerlas vivas”.
La extinción del cerebro
En pocas palabras, la extinción se da con un tamaño poblacional de cero, cuando ya no queda un solo individuo de cierta especie, explica Alejandro González, y a las especies con cerebros grandes les cuesta más alejarse de un tamaño poblacional de cero. En cambio, especies con cerebros más pequeños pueden invertir más recursos en la reproducción, tienen mayor número de crías y esas crías llegan más rápido a la edad reproductiva para participar en el incremento de la población.
Para llegar a esta conclusión, Alejandro González y su equipo colectaron datos publicados sobre 474 especies animales. Los datos incluyeron tamaño corporal promedio de los adultos, tamaño del cerebro de los adultos, promedio de crías, edad a la que las crías llegan a la madurez sexual, tamaño poblacional, entre otros. Además, incluyeron datos sobre el riesgo de extinción de cada una de las especies según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). El objetivo fue analizar qué variables estaban aumentando las probabilidades de extinción de las especies.
Hasta hace poco, una limitante de estas investigaciones era que no permitían determinar relaciones directas. Por ejemplo, se podía saber que si el tamaño del cerebro aumenta, el número de crías disminuye, pero no se podía saber si era por una relación directa, si una era la causa de la otra, o si había otros factores que estuvieran influyendo, explica el investigador.
“Pero ahora aplicamos un método nuevo, llamado modelo de vías, que permite determinar si la relación entre variables es directa, o si hay otra variable interviniendo”.
Eso permitió ver a los científicos que la relación entre el tamaño del cerebro y la vulnerabilidad ante la extinción es fuerte, pero es indirecta, pues el tamaño del cerebro afecta los rasgos en la historia de vida de una especie —por ejemplo, disminuye el número de crías— y a través de estos cambios en la historia de vida, afecta sus probabilidades de extinción.
“Desde luego, estas son conclusiones estadísticas y siempre habrá excepciones. Especies con un cerebro grande que no tengan un mayor riesgo de extinción y especies con cerebros pequeños que estén en gran riesgo de extinción”.
En el artículo, los científicos dan el ejemplo de algunos pájaros, en los que un cerebro más grande no afecta el tamaño de las camadas o su edad reproductiva y, por lo tanto, no afectan su vulnerabilidad ante la extinción.
Un cerebro que no ayuda
A Alejandro González no le sorprendió que un cerebro más grande aumentara las probabilidades de extinción en las especies de mamíferos, pues ya había otras investigaciones que apoyaban esta hipótesis, aunque no de manera tan contundente.
“Lo que sí nos sorprendió es que, en general, no hay ningún efecto benéfico por un tamaño mayor del cerebro. Pensábamos que quizá, para algunos grupos, íbamos a encontrar que el cerebro reducía la vulnerabilidad a la extinción al aumentar la flexibilidad en la conducta, pero parece que no”.
Estos resultados son específicos para el contexto actual, en el que el ser humano pone fuertes presiones sobre las especies. Distintas investigaciones sugieren que el ser humano ha propiciado niveles de extinción mucho más elevados que los que se habían visto en millones de años, tanto así que al fenómeno actual de extinción se le ha llamado la sexta extinción masiva.
“En términos generales, a través de la historia evolutiva de las especies se ha favorecido un aumento en el tamaño del cerebro, pero con esto vemos que el ser humano ha creado un ambiente que vuelve más vulnerables a las especies con cerebros más grandes y podría estar cambiando las tendencias evolutivas que existieron por millones de años”.
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