A pesar de las intenciones de algunos de detener el cambio, que la mayoría de mexicanos esperan del siguiente régimen, los pasos se están dando, no todo es miel sobre hojuelas, pero se avizoran nuevos horizontes, ¿cuál es el papel de la educación superior, y de manera particular de las Universidades Públicas?
La respuesta no es sencilla, sobre todo si se quiere sanear las estructuras financieras y operativas de las universidades, ante la crisis financiera que están registrando, el presidente electo declaró en octubre en la Universidad de Morelos “Sí vamos a rescatar a las universidades, pero necesitamos rendición de cuentas”. En Morelia anunció la creación de 100 universidades públicas cuya sede se asentará en Pátzcuaro, informó también que dará 76 mil becas a jóvenes desempleado en Michoacán. Existen 32 universidades publicas autónomas, y a las 100 universidades que se crearán ¿también se les concederán la Autonomía?
La autonomía es un valor que distingue y compromete a las universidades, con los mexicanos, mediante procesos académicos, culturales como de investigación, científica y tecnológica, en la formación de los profesionistas que la nación ha demandado, la autonomía ha sido y es garantía de una educación de excelencia con ética y sentido social.
La educación pública no es ni ha sido de calidad, porque no es un producto de mercado, sino que es de excelencia, porque sus valores son resultado de las luchas que la propia autonomía ha enfrentado, la autonomía es libertad no solo de catedra, sino en el más amplio sentido de la palabra, es conciencia de independencia.
Hoy la educación superior se enfrenta a cambios abruptos y complejos, los acelerados desarrollos científicos-tecnológicos, han trastocado los programas académicos, al grado que las universidades ya no potencian las actitudes y habilidades que está pidiendo el mercado laboral.
los nuevos empleos demandan nuevos conocimientos, exigen nuevas capacidades como lo exponencial y lo disruptivo, para llegar a la innovación, destacando la importancia de la propiedad industrial e intelectual, no son ya las tesis la culminación de los estudios, sino los proyectos aplicables que dan respuesta a las necesidades y problemas de la sociedad, si de la sociedad digital, la del Big Data, la sociedad de robots industriales, humanoides, y de colaboración.
Hoy compartimos diariamente con robots de todo tipo, la mayoría de las veces ni cuenta nos damos, porque somos usuarios y no creadores de tecnología. La educación superior debe trascender las fronteras áulicas, el conocimiento áulico ya no es suficiente.
El punto de inflexión de las tecnologías exigen la inserción inteligente de las humanidades, a la tecnología hay que dotarla de humanismo y de ética, como del sentido de patria, en un contexto de ciudadanía del mundo, es hacer más humana a la ciencia y a la tecnología.
Dice Pablo Olavide que “la tecnología no es terrible, porque a lo largo de la historia de la humanidad, ha demostrado, como la sociedad ha sacado ventaja de los desarrollos científicos-tecnológicos en beneficio de todos”; los cambios tecnológicos, agrega, no son indoloros, ya que la mejor manera de reducir las amenazas laborales es con políticas públicas, leyes y reglamentos que impulsen el desarrollo de los conocimientos, como de las capacidades necesarias para que nuestros jóvenes entiendan y se inserten exitosamente, en los procesos tecnológicos, con creatividad y con la seguridad de que son exponenciales y disruptivos por comportamiento natural.
Es integrar la cadena de valor proceso académico- Investigación e innovación; del aula al mercado, pero no como sentido mercantilista de producir chatarra o productos que contaminen, sino previendo la post-manufacturación, o sea el reprocesamiento de lo que se desecha, como la basura electrónica.
La política que dará origen a la integración de las humanidades con la ciencias y las tecnologías, debe integrar a la educación en todos sus niveles, de manera especial a la Universidades Públicas sobre todo a las Autónomas, para lograr una verdadera y efectiva integración de la cultura científica y tecnológica.
El cambio no será ni fácil, ni rápido, ya que implica reformar el marco jurídico de los 32 consejos estatales de ciencia y tecnología, tarea imprescindible e impostergable. ¿No lo cree usted?