Igual eres una de esas personas que rellenan su perfil de Facebook con los datos más rocambolescos posibles. Como un amigo del que escribe estas líneas, que afirma haber nacido en Antananarivo (Madagascar), vivir en Astanjin (Irán) y haber estudiado en una escuela pequeña de Taoyuan (Taiwán), aunque íbamos al mismo colegio y yo jamás he pisado China. Hasta su fecha de nacimiento es falsa, así que mucha gente le felicita el cumpleaños el día que no es.
A pesar de este afán por ocultar su origen, resulta muy sencillo descubrir por sus ‘me gustas’, grupos y las cuentas que sigue un buen puñado de cosas sobre su filosofía de vida (vegetariano y feminista), sus aficiones (no pocas bandas y festivales de rock y ska) o su verdadera ubicación (la enorme mayoría de los establecimientos físicos que le interesan están en la misma ciudad, bastante obvio). Y seguramente Facebook sea capaz de deducir más cosas.
Todo eso se averigua solo por la información de su perfil, incluso plagado de detalles falsos. Se puede llegar muchos más lejos analizando a sus amigos, entre los que, lógicamente, me cuento. Si sus contactos no fueran auténticos, ¿qué sentido tendría tener Facebook? Por supuesto, no todos somos tan precavidos como él, así que acaba etiquetado en fotos (con sus respectivos comentarios) que amplían la información revelada, y también es fácil deducir, por ejemplo, su edad en base a la fecha de nacimiento de los que estamos en su círculo cercano y no mentimos al respecto.
Son dos de las formas de saber cosas sobre ti que tienen los servicios de internet: lo que tú mismo dices o revelas con tus acciones (por ejemplo, Amazon sabe que acabas de tener un hijo si de repente compras muchos pañales; Google sabe que vas a convertirte en madre si te pasas el día buscando consejos sobre maternidad) y lo que puede inferirse en base a lo que los expertos en redes sociales llaman homofilia: la tendencia de las personas a relacionarse con otras que se parecen a ellas. Edad, nivel de estudios, clase social, raza… Según se ha comprobado, ese tipo de cosas se suelen compartir con los amigos.
Lo que no estaba tan claro hasta que un profesor de Stanford lo ha demostrado recientemente es que hay detalles que no se pueden conocer por tus amigos (porque no responden al patrón de la homofilia) pero sí por los amigos de tus amigos.
Por ejemplo, que la mayoría de tus amigos sean hombres o mujeres no quiere decir que tú compartas su género mayoritario (solo con quién sueles llevarte mejor). Lo que sí lo desvela es que tus amistades tengan más amigos que amigas, o al contrario, pues eso hace mucho más probable que tú seas como la mayoría de la gente con la que se relacionan.
Esto funciona por otra tendencia que los investigadores han denominado monofilia. “La gente tiene preferencias extremas por ciertos rasgos, pero no necesariamente por sus propios rasgos”, según lo explica el propio experto, Johan Ugander. “Mientras que tus amigos no suelen predecir tu género, la gente con la que esos amigos eligen relacionarse, los amigos de tus amigos, tienden a ser más similares a ti incluso de lo que tus amigos lo son”.
Lo más probable es que no solo funcione con el género, advierten los investigadores, así que estamos ante una nueva forma (muy efectiva) de espiarnos y averiguar lo que nosotros no desvelamos voluntariamente. Aunque admiten no estar “seguros de qué más podría revelarse de esta forma”, señalan que, “desafortunadamente, parece que el ámbito de la privacidad en la Red es incluso más pequeño de lo que pensábamos”. Cada vez son menos los rincones de nuestra vida en los que no pueden posar sus ojos los gigantes de internet.
Por qué tus amigos siempre son más populares
No es la primera vez que Ugander y sus colegas sacan alguna conclusión sorprendente sobre nuestras relaciones en las redes sociales. En 2012, dieron respuesta a una pregunta que seguro que te has hecho alguna vez: ¿por qué mis amigos siempre tienen más amigos que yo en Facebook? ¿Por qué siempre soy el menos popular?
Por suerte o por desgracia, no es imaginación tuya. La mayoría de nosotros sentimos lo mismo. Hay una razón. Tras analizar los contactos de los 721 millones de usuarios que tenía Facebook por aquel entonces (y que equivalen al 10 % de la población mundial), los investigadores determinaron que era cierto: el número de amigos de cada usuario, tomado individualmente, casi siempre era menor que la media de amigos de sus amigos (el 93 % de las veces, para ser exactos). Los usuarios tienen una media de 196 amigos, mientras que la media de amigos de sus amigos es de 653. Pero, ¿eso cómo puede ser? No parece tener ningún sentido… Y lo cierto es que sí lo tiene: se debe a una jugarreta de la estadística que denominan “paradoja de la amistad”.
Para explicarlo de manera sencilla, los investigadores ponen el ejemplo de un gimnasio. Cuando vas, siempre parece que la gente está más cachas que tú. Y suele ser verdad porque la muestra está, en cierto sentido, contaminada: allí te encuentras más parroquianos perfectamente tonificados que individuos rechonchos de vida sedentaria, porque estos son más de quedarse en casa viendo la tele. Se produce una desviación.
Con los contactos en redes sociales pasa algo parecido: las personas más exitosas suben la media de amigos de tus amigos. Por eso dicha gente inusualmente bien relacionada es la única que no se siente menos popular que el resto. Los comunes de entre los mortales, mientras tanto, siempre percibimos que los demás tienen más éxito social. Y es por su culpa.
Fuente: Tecnoxplora