Durante una tarde de verano del siglo XIX, cuando la lluvia azotaba el pequeño municipio de Torpoint, en Cornualles (Reino Unido), un joven John Langdon Down viviría un encuentro fugaz que acabaría recordando toda su vida. La tormenta obligó a su familia a refugiarse en un cobertizo, donde el entonces adolescente vio a “una niña de mente débil”, según sus propias palabras.
Langdon se cuestionó en numerosas ocasiones qué podría haber hecho por aquella cría y, años más tarde, terminaría estudiando Medicina en Londres para resolver su propia pregunta. Tras terminar la carrera, se incorporó como director médico al asilo Earlswood, en el condado de Surrey. Allí fue donde describiría los primeros casos de un trastorno que sería conocido décadas después como síndrome de Down, en honor a su descubridor.
El británico fue el primero, pero no el único, en estudiar una discapacidad intelectual que afecta a una de cada mil personas, según los datos de Naciones Unidas. Casi un siglo después de sus hallazgos, las investigaciones en Genética permitieron determinar la existencia de 46 cromosomas en las células humanas. Las personas con síndrome de Down, sin embargo, presentaban un cromosoma 21 extra, tal y como anunció el científico francés Jérôme Lejeune tras las observaciones de una investigadora, Marthe Gautier, cuya labor nunca fue reconocida.
Síndrome de Down, más que un cromosoma 21 extra
En la actualidad se sabe que la mayoría de los casos de síndrome de Down ocurren por la llamada trisomía en el cromosoma 21, es decir, por la existencia de una copia adicional de este cromosoma. Pero no es la única causa posible de esta condición genética, aunque sea la más habitual y conocida. Las investigaciones han probado que el síndrome de Down también puede ocurrir cuando una parte del cromosoma 21, y no el cromosoma por completo, se pega a otro —normalmente los cromosomas 14 o 15, según explican en Nature—.
Esta posibilidad, que afecta a menos del 5% de los pacientes, se denomina translocación. El fenómeno de la adhesión de una parte del cromosoma 21 a otro puede heredarse, de forma que el padre o la madre transmitan a su descendencia una pieza cromosómica adicional adherida a cualquier otro cromosoma. De ahí que este tipo de casos hayan recibido el nombre de síndrome de Down de origen familiar, aunque en otras ocasiones la translocación de fragmentos del cromosoma 21 no se debe a un posible portador, sino a un evento sucedido durante el desarrollo embrionario.
Más rara es, si cabe, la opción de desarrollar el síndrome de Down por un fenómeno llamado mosaicismo. Este término alude a la posibilidad de contar con una copia adicional del cromosoma 21, la famosa trisomía, solo en algunas células del cuerpo. Los pacientes se desarrollan a partir de un único zigoto —formado tras la unión del óvulo y del espermatozoide— que cuenta con los 46 cromosomas habituales en un ser humano. Sin embargo, por alguna razón desconocida, algunas de las células que aparecen a partir de ahí contarán con 47, mientras que otras poseerán el juego normal de cromosomas, una situación que no se hereda, sino que ocurre durante el desarrollo embrionario por errores en la división de las células.
El mosaicismo no es un fenómeno específico de los afectados por el síndrome de Down, sino que los científicos utilizan este término siempre que en un mismo ser vivo haya poblaciones de células con una composición genética diferente. Algunos estudios apuntan incluso que los niveles de mosaicismo, especialmente cuando se da en una baja proporción, pueden haber pasado desapercibidos hasta la llegada de las técnicas más innovadoras de secuenciación del ADN. Unas tecnologías que, por otro lado, están ayudando a comprender mejor qué genes se relacionan con los efectos asociados con esta condición. Este conocimiento permitirá en el futuro desarrollar posibles terapias personalizadas contra el síndrome de Down, cuyo día internacional se celebra hoy en todo el mundo recordando la necesidad de visibilizar a las personas con esta discapacidad intelectual.
Fuente: hipertextual.com