La inteligencia artificial no reemplaza a la inteligencia humana, aumenta nuestras capacidades, incluso cuando se trata de algo tan complejo, social y cultural como la comunicación mediante el lenguaje. Somos capaces de introducir datos en las máquinas para que estas los reformulen en forma de lenguaje humano y tenemos la sensación de que cada vez nos comunicamos mejor con ellas. Diversos factores entran en juego cuando se realiza la comunicación por medio del lenguaje. Por ejemplo, se ponen en marcha funciones como la memoria lingüística. Y de esto se trata: de dotar a la máquina de la inteligencia necesaria para que pueda comunicar a través del lenguaje.
El lenguaje, por otro lado, es intrínsecamente humano: la habilidad que nos permite expresar sentimientos y pensamientos por medio de palabras. Es un aspecto de nuestra propia individualidad. Los avances que se van logrando en el campo del procesamiento natural del lenguaje (PNL) permiten que las máquinas tengan ya bastantes capacidades, aunque hoy todavía son limitadas. Por ejemplo, aún no tienen la habilidad para captar la sintaxis, el sarcasmo, las metáforas o ambigüedades del lenguaje humano. Todavía no son capaces de reconocer dónde acaba una frase y dónde empieza otra. Sin embargo, las máquinas ya pueden tomar decisiones, y a velocidades y en situaciones en las que el hombre tardaría muchísimo más tiempo. Pero no saben necesariamente por qué la decisión tomada es la acertada.
- Profesores que educan a las máquinas
En ABA English simulamos mediante inteligencia artificial una conversación en inglés entre profesor y alumno de unos 5 minutos. Un tiempo más que suficiente para que la máquina (un Echo Show de la gama Alexa de Amazon) proporcione el nivel de inglés del alumno. Detrás de su desarrollo están profesores, lingüistas, ingenieros y programadores que, juntos, toman decisiones en cuanto a los escenarios posibles que se pueden dibujar y que la máquina tiene que incorporar para tomar las decisiones correctas.
La clave de este enfoque es el papel de los profesores: ellos observan el comportamiento de los alumnos a través de los datos que recopilan las máquinas, los categorizan en base a teorías pedagógicas y lingüísticas y, sobre todo, analizan a la persona que se esconde tras los datos. Así, la inteligencia artificial cambia el papel que adopta el profesor. Y no lo reemplaza. Los profesores están involucrados en primera línea: hay que educar y entrenar a las máquinas.
Aún resulta extraño oír hablar de inteligencia artificial en las aulas, donde la realidad avanza a un ritmo mucho más pausado. Sin embargo, el campo educativo es uno de los que más podría verse reforzado gracias a la capacidad de la IA para contribuir a la personalización del aprendizaje con el aprendizaje adaptativo.
La combinación de sistemas de aprendizaje online y de tutores inteligentes contribuirá en un futuro a extender la educación más allá de las paredes del aula. Muchos adultos también podrán ampliar sus conocimientos de manera sencilla, lo que también favorecerá a la educación continua de una sociedad que no se puede permitir dejar de aprender. Pero para que la IA encaje de una forma práctica y nos pueda reportar beneficios, hace falta reformular el proceso de enseñanza.
El futuro de esta tecnología aplicada a la educación pasa por conjuntar desarrollo técnico y desarrollo pedagógico. Sin una incorporación de los conocimientos pedagógicos no es posible una evolución positiva en el campo educativo, pero tampoco es posible este avance si los profesionales que han de participar en ella no poseen unos conocimientos técnicos adecuados.
Y en particular para el aprendizaje de idiomas, el mejor sistema inteligente será el que logre la capacidad para empatizar, un componente social intrínseco al lenguaje y a la comunicación humana que no podemos obviar. Falta muchísimo para llegar a esto. Mientras tanto, lo mejor es que los profesores estén detrás de las maquinas.
Fuente: EL Pais Retina