Por Juan Camilo Ospina Deaza y Valeria Sánchez Prieto
En la Esperanza de Pandora, Bruno Latour hace una reinterpretación de los diálogos entre Sócrates y Calicles, en el que nos resalta el pacto entre la razón y el poder contra el pueblo o, dicho en sus palabras cómo Sócrates y Calicles juntos están en contra del pueblo de Atenas. El autor afirma: “Estamos tan acostumbrados a contraponer el poder al derecho y a buscar en el Gorgias los mejores ejemplos de dicha contraposición que no nos fijamos en que Sócrates y Calicles tienen un enemigo común: El pueblo de Atenas, la multitud congregada en el ágora, parloteando sin cesar, configurando leyes a su antojo, comportándose como chiquillos, como personas enfermas, como animales, cambiando de opinión tan pronto se tuerce el viento” (Latour, 2001, p. 262). Lo que es despreciable del pueblo es entonces su capacidad de cambiar de opinión, su forma de actuar que no es racional, desordenada y el ruido que genera en oposición al discurso formado. Aunque Latour se esta refiriendo a posiciones de los griegos, es sólo imaginarnos al pueblo con otras caras y otras épocas para encontrar la misma aversión en las discusiones contemporáneas sobre las fake news y los accesos a la información.
En esta ponencia, discutimos desde la perspectiva de los estudios sociales de la ciencia y la sociología de la información, la producción de “noticias falsas”, las habilidades que las personas necesitan para comprender la información y cómo la teoría de la desinformación es, de hecho, una teoría moral del mundo que trata de establecer qué es verdad o mentira, quiénes son las personas de conocimiento y los ignorantes, qué nos permite tomar decisiones y qué genera incertidumbre. Este ejercicio de creer que es posible conocer “la única verdad del mundo” está provocando censuras al dejar de lado los puntos de vista de las poblaciones. ¿Quién puede ser silenciado y quién no? ¿Cómo elegir quién tiene ese poder? Si bien el énfasis en la tecnología, la innovación y las redes sociales es importante, es necesario no fetichizar estos instrumentos como si por sí mismos generaran un cambio social.
En el 2016 el diccionario en inglés Collins propuso unas definiciones para los conceptos de Fake news y Post-truth, ante los acontecimientos en la campaña a la presidencia de los Estados Unidos por parte de Hillary Clinton y Donald Trump. A partir de este acontecimiento se presentaron pugnas y estrategias desplegadas por dos agentes dentro del campo político, las cuáles implicaron la reproducción de diversos tipos de información con propósitos diferenciados. Traducido al español, Fake news o noticias falsas, es aquella información que es falsa a pesar de que se reproduce como noticia; y post-truth o posverdad es una situación en la cual las personas están menos influenciadas por información fáctica, que por sus emociones y creencias (Collins Dictionary, 2016). Estos términos y sus definiciones luego empezaron a ser retomadas en otros escenarios, siendo el más reciente con respecto a la información difundida sobre posibles curas o formas “naturales” de prevenir el COVID-19.
¿Qué se entiende por desinformación? Según Del-Fresno (2019) la desinformación consiste en la “elección intencional de datos parciales, incompletos, alterados, etc. A falta de una definición aceptada de manera general, la desinformación es todo aquel contenido fabricado y distribuido “falso, inexacto o engañoso […] diseñado, presentado y promovido intencionalmente para causar daño público o beneficios” particulares (European Commission, 2018, p. 10) o “para engañar a las personas” (Lazer et al., 2018, p. 1094)” (p. 2). Como vemos, estas definiciones configuran una forma muy particular de comprender la información. Comencemos por la palabra desinformación, el prefijo DES denota negación o inversión del significado de la palabra simple a la que va antepuesto. En algunos contextos incluso se atribuye como un proceso que niega la palabra.
Lo anterior significa que a través de ciertos procedimientos se puede negar el proceso de información o, disminuir paulatinamente el proceso de información. En la misma definición se plantea una elección intencional de alterar o dar datos parciales. Conocemos la existencia de organizaciones que trabajan para el mejor postor para editar, modificar y enmarcar en ciertas narrativas, fotografías, videos, discursos, etcétera. Así como también se cuenta con la competencia técnica para modificar y editar imágenes, videos y audios para desligar las palabras dichas, el sujeto que las enuncia y la situación. No obstante, la idea misma de alterar o dar datos parciales supone que a) existen fuentes sin alterar y b) que se pueden dar datos totales.
Esto supone un reto cuando se entiende que toda forma de edición consiste en la imposición de una narrativa a una serie de materiales y que incluso, la descripción más objetiva o la fotografía más desinteresada son la manifestación de un punto de vista. Así, cualquier forma de narración es el intento de organización lógica de sujetos, sucesos y objetos. En este contexto es que palabras como “engañoso, falso o inexacto” son profundamente problemáticas. Algo engañoso aparece como un conjunto de acciones que inducen a creer algo, sin embargo, toda articulación narrativa trata de sustentar una lógica ¿inexacto para quién y qué punto de vista faltaría para ser exacto? ¿En qué narrativa esas imágenes o textos son falsos y cómo deberían organizarse para formar enunciados verdaderos? Paradójicamente, en la definición que exploramos, aunque se presenta la intención de encontrar una verdad en la información misma, el engaño, la inexactitud y la falsedad devienen de las relaciones entre humanos e información.
Esta idea de que la verdad de la información se encuentra en su ser deviene en las múltiples estrategias para poder alcanzarla. Actualmente, varias organizaciones públicas y privadas se centran en la importancia de “leer información veraz y confiable” y “no creer en noticias falsas y maliciosas” para “comprender realmente” lo que está sucediendo en el campo del poder científico y los medios de comunicación. Notemos el lenguaje que se utiliza “confiabilidad” y “creencia”, es decir, los procedimientos para llegar a información “real” y “veraz” se desplaza de su contenido a su recepción. ¿Cómo creer y confiar? Salta a la vista un presidente Biden llamando al pueblo de los Estados Unidos a que confíen en la ciencia y en los medios. La misma ciencia que ha dado múltiples motivos para desconfiar de ella (experimento Tuskegee, esterilizaciones de mujeres, bombas atómicas y un largo etcétera) Algunos afirmarán que la respuesta está en conocer sobre ciencia para saber cuál es la verdad, pero la misma ciencia está llena de incertidumbres, imprecisiones y luchas internas. Por otro lado, los medios manifiestan abiertamente sus relaciones con el poder económico.
¿Por qué pedir que se confié y se crea? Es aquí donde encontramos un punto nodal de la discusión ¿Quién tiene la competencia técnica, el tiempo y los recursos para verificar la información que le llega? ¿Quiénes de nosotros ha hecho los experimentos para comprobar ideas centrales en nuestra construcción de mundo y que nos parecen evidentes? ¿Cómo poder ir a la fuente de la información? ¿Basta con ir el lugar o escuchar todas las voces? Pero ¿Cuáles son todas las voces y qué pasa con las dinámicas que articulan lo global y lo local, habría que ir a todos los lugares? Aunque se aduce que un procedimiento para resolver estas inquietudes es triangular la información o tener varias fuentes, podríamos preguntarnos que varias fuentes coincidan ¿significa que están diciendo algo verdadero, es decir, el conocimiento y la verdad se construye por lo que diga la mayoría? Gunter Anders (2011) nos muestra ese desnivel prometeico, las dinámicas del mundo van a una velocidad mucho mayor que la nuestra como individuos. Esa imposibilidad práctica de verificar todas nuestras creencias o de comprobar lo que sabemos, es la condición de posibilidad de que la información se lea en términos de confiabilidad.
Los medios de comunicación y los expertos afirman que la proliferación de fake news se debe a la falta de educación y a la falta de racionalidad de las masas, pero ¿Se trata solamente de la posibilidad o imposibilidad de adquisición de un capital cultural? Es necesario reconocer que en la época moderna estamos condenados a la incertidumbre producida, paradójicamente, por la falta y a su vez el exceso de información. Aseveramos vehementemente que es necesario triangular las noticias y buscar fuentes confiables de información, como si la voluntad individual pudiera superponerse a ese gran entramado de datos. Aun así, es físicamente imposible ir a la fuente de cada noticia, comprobar cada hecho o suceso que se presenta como “real” o, hacer todos los experimentos científicos para conocer la “verdad”. En consecuencia, ¿Realmente se puede verificar la información que se recibe? ¿Quién puede enseñarnos qué información es cierta y cuál es falsa en internet?
Ulrich Beck (2008) afirma que “la modernidad, que infiltra la inseguridad en todos los recovecos de la existencia, encuentra su contraprincipio en un <<contrato social>> contra las inseguridades y estragos de origen industrial, contrato que, unido a los contratos de seguros públicos y privados, activa y renueva la confianza en las empresas y el gobierno (p. 50). En este sentido, las instituciones establecen estrategias mediante las cuales buscan que se legitime su posición frente al mundo. Desde distintos sectores de la sociedad se ha tratado de combatir las fake news, a través de estrategias como el Fact Cheking, conferencias TED, creación de sitios web como StopFake, leyes para regular el copy right en internet, entre otros espacios como, por ejemplo, el Museo de la Desinformación en Línea de la Universidad de los Andes en Colombia, en dónde se discuten las noticias falsas y mitos sobre cómo curar el COVID-19 (colev.uniandes.edu.co, 2020).
No obstante, a pesar de que existen especialistas y expertos en estos temas, resulta complejo generar un control sobre la información una vez está al aire, en la web y las redes sociales y, hablamos de una dificultad no sólo en la regulación de la información publicada, sino de las formas cómo quienes la consumen la aprehenden. Una importante incertidumbre deviene de este ejercicio. Con las herramientas del mundo contemporáneo es complejo mantener el monopolio de las narrativas, por el contrario, el ejercicio de apropiación de la información por las personas subvierte, interpreta y confronta esas narrativas.
Cuando pensamos sobre la difusión de la información, en este contexto nos encontramos con que, si hay información verdadera lo ideal es que ésta se disperse y replique tal cual es. Este ejercicio desconoce el hecho de que las personas apropian, interpretan y articulan la información que reciben en su realidad, contextos y formas de concebir el mundo. Por este motivo, la difusión de información no sigue una metáfora computacional en la que un archivo se replica a otro, sino que se transforma dependiendo de las realidades de las personas. Temáticas como la accesibilidad, las condiciones sociales de existencia de las personas y, por lo tanto, los procesos de producción, consumo y circulación de la información están diversificados.
Considerar la verdad como un ejercicio independiente de los sujetos deja de lado la pugna por imponer narrativas, establecer como fueron “realmente los sucesos” y definir un punto de vista como la forma correcta de ver las cosas. En este sentido, el sociólogo Pierre Bourdieu nos recuerda que “la sociología de la ciencia reposa en el postulado de que la verdad del producto – se trata de ese producto muy particular como lo es la verdad científica- reside en particulares condiciones sociales de producción” (Bourdieu, 2000 p.11). Lo anterior significa que la verdad no es una realidad trascendente, sino que responde a procesos sociales concretos e históricos de producción, circulación y consumo.
De esta manera, él afirma que “el universo “puro” de la ciencia más “pura” es un campo social como otro, con sus relaciones de fuerza, sus monopolios, sus luchas, sus estrategias y sus intereses. En diversos espacios de la sociedad las opiniones, creencias y afirmaciones de los sujetos a partir de su posición dentro de un campo pueden producir puntos de vista que suponen determinar qué es verdad y qué no para una población. En consecuencia, esta situación no sólo aboga por la búsqueda de una “única verdad”, sino que va a tender a juzgar formas de pensar y de actuar, hasta el punto de tener la capacidad de silenciar otras voces con el objetivo de obtener un rédito económico, político, comercial o, simbólico en cuanto se busca el reconocimiento o aprobación de una afirmación o hecho. El dialogo democrático, está marcado por relaciones jerárquicas en las que ciertas voces pueden silenciar a otras a partir de la autoridad científica o de la capacidad de direccionar los medios de difusión.
Las nuevas caras de Calicles y Sócrates hablándole al pueblo de Atenas, son las caras de los científicos y los políticos diciéndole a la población que sus formas de relacionarse con la información no son las adecuadas, son emocionales e irracionales. Plantear una verdad trascendente invisibiliza la alianza entre el poder y la razón, el lugar que tiene la interpretación, el posicionamiento de una visión del mundo y las transformaciones que tiene la apropiación de la información. El ejercicio de desvincular la verdad, el conocimiento y la experiencia. Las nuevas caras de Calicles y Sócrates se atemorizan al descubrir que son confrontados e interpretados por la masa y que, ya no tienen el monopolio de las narrativas. Lejos queda el sujeto ilustrado, que se consideraba que con el acceso a la información su uso de razón lo llevaría a tomar decisiones correctas y que, quienes sigan ese procedimiento llegarán a las mismas conclusiones. Hoy la forma de nombrar la masa es, en otros términos, direccionar, controlar, manipular y en definitiva, se desconfía en la capacidad y punto de vista de quienes reciben la información aduciendo fuerzas mayores que como borregos los llevan a ciertos lugares.
Bibliografía
Anders, G. (2011). La obsolescencia del hombre (vol. l) Sobre el alma en la época de la segunda revolución industrial. Valencia, pre-textos.
Beck, U. (2008). La sociedad del riesgo mundial. En busca de la seguridad perdida. Barcelona, PAIDÓS.
Bourdieu, P. (2000). Los usos sociales de la ciencia. Buenos Aires, Nueva Visión.
colev.uniandes.edu.co. (2020). Museo de la Desinformación. Obtenido de: https://colev.uniandes.edu.co/2-uncategorised/54-objetivo-5
Collins Dictionary. (2016) Fake News / Post-truth. Obtenido de: https://www.collinsdictionary.com/dictionary/english/fake-news y https://www.collinsdictionary.com/dictionary/english/post-truth
Del-Fresno, M. (2019). Desórdenes informativos: sobreexpuestos e infrainformados en la era de la posverdad. El profesional de la información, V. 28, N. 3 Obtenido de: http://profesionaldelainformacion.com/contenidos/2019/may/fresno.pdf
Latour, B. (2001). La esperanza de Pandora. Ensayos sobre la realidad de los estudios de la ciencia. Madrid, Gedisa editorial.