Un ambicioso plan propone utilizar una explosión nuclear en el fondo del océano para combatir el cambio climático, reabriendo el debate sobre los riesgos y beneficios del uso de tecnología nuclear para fines pacíficos.
El investigador Andy Haverly ha presentado una idea que combina ciencia, historia y controversia: detonar una bomba nuclear en el fondo del océano para acelerar un proceso natural que podría ayudar a frenar el cambio climático. Aunque la propuesta ha generado interés, también levanta serias preocupaciones éticas y ambientales.
La inspiración: el Proyecto Ploughshare
La idea de Haverly encuentra sus raíces en el Proyecto Ploughshare, un programa estadounidense iniciado en 1957 para investigar el uso de explosivos nucleares con fines pacíficos. Este programa exploró aplicaciones como la creación de puertos, canales y carreteras mediante detonaciones controladas.
Uno de los experimentos más notables del proyecto fue el disparo “Sedan” en 1962, que dejó un enorme cráter, demostrando el poder destructivo y de modificación del terreno de las bombas nucleares. Sin embargo, Ploughshare enfrentó una fuerte oposición pública debido a la lluvia radiactiva y los riesgos ambientales, lo que llevó a su cancelación en 1977.
Haverly propone rescatar esta tecnología, pero con un propósito ambiental. Su objetivo es aprovechar la meteorización forzada de las rocas (Enhanced Rock Weathering, ERW), un proceso que implica la fragmentación del basalto para capturar y almacenar dióxido de carbono (CO₂) de la atmósfera.
El plan: una explosión controlada bajo el océano
La propuesta de Haverly se centra en la meseta de Kerguelen, una región del Océano Austral rica en basalto. Su plan consiste en detonar una bomba de hidrógeno a una profundidad de entre 3 y 5 kilómetros en el lecho marino, bajo unos 6 u 8 kilómetros de agua. La explosión pulverizaría el basalto, acelerando su capacidad de capturar carbono a través de reacciones químicas naturales.
Según Haverly, el agua circundante y el basalto absorberían la mayor parte de la radiación, minimizando el impacto ambiental a nivel global. Afirma que “habrá pocas o ninguna pérdida de vidas debido a los efectos inmediatos de la radiación”.
Los riesgos y las críticas
A pesar de las predicciones optimistas de Haverly, su plan no está exento de riesgos:
- Radiación residual: Aunque el basalto podría absorber gran parte de la radiación, el impacto a largo plazo en los ecosistemas marinos y la biodiversidad podría ser significativo.
- Daños colaterales: La explosión podría provocar disturbios en las placas tectónicas y generar tsunamis o alteraciones en los hábitats oceánicos cercanos.
- Riesgo ético: Reintroducir la detonación de bombas nucleares, incluso con fines pacíficos, podría sentar un precedente peligroso y erosionar acuerdos internacionales sobre desarme nuclear.
Haverly defiende su propuesta argumentando que ya hemos detonado más de 2.000 artefactos nucleares en la historia, y que el aumento de radiación sería «solo una gota en el océano» comparado con la radiación liberada anualmente por centrales de carbón. Sin embargo, muchos expertos señalan que el contexto es clave, y un nuevo ensayo nuclear podría tener repercusiones políticas y ambientales impredecibles.
¿Vale la pena el riesgo?
El cambio climático es, sin duda, una amenaza global urgente, con proyecciones de hasta 30 millones de vidas en riesgo para el año 2100. Sin embargo, el plan de Haverly plantea una pregunta fundamental: ¿debemos recurrir a tecnologías tan extremas y controvertidas para abordar el problema?
La comunidad científica sigue dividida. Mientras algunos ven en la propuesta un ejemplo de pensamiento audaz e innovador, otros la consideran una solución peligrosa y poco ética que podría empeorar las cosas en lugar de solucionarlas.