La inclusión de la empresa china Huawei en la lista negra comercial de EE.UU. constituye, de hecho, la creación de una ‘cortina de hierro’ tecnológica, al prohibir la venta de tecnologías estadounidenses al gigante chino de las telecomunicaciones. De esta manera, la guerra comercial entre los dos países se convierte en una nueva guerra fría, señala Republic.
Ese enfrentamiento se está desarrollando en un terreno económico absolutamente diferente al que se dio en el siglo pasado entre EE.UU. y la URSS, cuyo intercambio comercial anual, a finales de la década de 1980, llegaba apenas al 0,25 % del comercio internacional de EE.UU. En 2018, China representó el 13 % del comercio exterior de EE.UU.
El presidente estadounidense, Donald Trump, explicó la prohibición de negocios con Huawei –que se suma al incremento de los aranceles sobre la importación de bienes chinos– como parte de una táctica que debe llevar a un arreglo beneficioso para EE.UU., que entonces cesará su boicot contra esa empresa.
Según Ren Zhengfei, presidente del consorcio chino, esa explicación es absurda, puesto que Huawei no tiene nada que ver con la guerra comercial de las superpotencias, y en realidad EE.UU. la ataca por su superioridad tecnológica.
Otra explicación: la integración civil-militar
En noviembre de 2018, el FBI y el Departamento de Justicia de EE.UU. crearon la llamada Iniciativa por la Amenaza China, una comisión encargada de detectar y prevenir el supuesto robo de secretos comerciales y tecnologías estadounidenses por parte de China.
Dado que Ren Zhengfei sirvió en el pasado como ingeniero en las Fuerzas Armadas del país asiático, los servicios secretos de EE.UU. sospechan que hay lazos sólidos entre Huawei y el Gobierno.
Esta preocupación podría tener fundamento, si se considera el curso que desde 2012 apunta en China hacia la integración entre las compañías tecnológicas civiles y militares. Esta política fue incluso asentada en la Constitución en 2017, lo que llevó a la creación de un órgano de supervisión de ese proceso.
EE.UU. ha estado llevando adelante una iniciativa similar, tras formar en 2015 la Defense Innovation Unit (Unidad de Innovaciones de Defensa), asentada cerca de la sede de Google en Silicon Valley. El Pentágono espera que esta estructura ayude a establecer lazos estrechos entre las empresas de arranque tecnológico y la industria de la defensa, a fin de contrarrestar el sistema civil-militar chino.
Otra organización, Defense Innovation Board, fue fundada en 2016 con tareas parecidas y la preside Eric Schmidt, a quien se conoce como la tercera persona más influyente en Google. Un mes antes de que Huawei capturara las primeras página de los medios, en abril, esta estructura publicó un informe que alertaba sobre ‘peligrosos avances’ de China en la carrera tecnológica por el 5G.
El 5G y la fabricación de microchips
Se espera que la tecnología 5G impulse de manera determinante el desarrollo de la inteligencia artificial, el ‘internet de las cosas’, las ciudades inteligentes y otras tecnologías claves en la cuarta revolución industrial. Esto supondrá una ‘ventaja del primer paso’: el primero en introducir un modelo 5G comercialmente viable y que funcione bien, no solo dictará al mundo los estándares de la tecnología, sino que también exportará la infraestructura para su implementación.
China ha presupuestado 180.000 millones de dólares para el despliegue de la 5G en los próximos cinco años.
La guerra comercial de EE.UU. ha afectado a las principales corporaciones chinas que desarrollan esa tecnología: ZTE y Huawei. En mayo del año pasado, Washington impuso una prohibición a la venta de componentes estadounidenses a ZTE, debido a lo cual esa empresa sufrió grandes pérdidas. Este año es el turno de Huawei.
En ambos casos, la prohibición asestó un fuerte golpe en el punto más vulnerable de la industria tecnológica china: la producción de microchips. Sin ellos, China no podrá seguir fabricando teléfonos inteligentes de alta gama, ni tampoco lograr un avance decisivo en 5G: para esa tecnología, en particular, sus empresas tienen solo el 30 % de las patentes requeridas, por lo que deben recurrir a proveedores externos.
El desarrollo y la fabricación de altas tecnologías es imposible sin semiconductores, y ese es “el último sector en el que EE.UU. sigue siendo el líder incondicional y del que dependen otros sectores”, según dijo a The Economist James Mulvenon, experto en temas de ciberseguridad en China.
“El Pentágono ha decidido que los semiconductores son la colina por la que se debe morir”, puntualizó.
China fabrica solo el 16 % de los semiconductores que utiliza y, de ese porcentaje, apenas la mitad la producen sus propias empresas. El año pasado, las importaciones chinas de microchips sobrepasaron los 300.000 millones de dólares, más que las de petróleo. Cada móvil inteligente cuenta con hasta 20 microchips. Por ejemplo, el Huawei P30 Pro incluye circuitos integrados producidos en EE.UU., Japón y Taiwán y solo un procesador hecho en la China continental.
¿Y los efectos para EE.UU.?
Aunque China no puede aún producir microchips de forma autónoma, desempeña un papel importante en las cadenas de producción de los fabricantes estadounidenses.
Si la guerra tecnológica en curso lleva al cese de la cooperación china con ellas, EE.UU. tendrá que buscar un reemplazo caro y recurrir a sus competidores en Corea del Sur y Taiwán.
Vincent Peng, director de comunicaciones corporativas de Huawei, lo resumió de esta manera: “Le hacen daño a Huawei a corto plazo, pero el sistema estadounidense de suministros, y toda la industria estadounidense, sufrirá daños a largo plazo”.
Escenarios de reemplazo
Para China, se trata ya de la segunda década de esfuerzos por superar su principal vulnerabilidad y desarrollar su propia fabricación de semiconductores.
Ante el bloqueo tecnológico actual, los expertos identifican tres vías para alcanzar la independencia. La primera sería obtener esa tecnología a través de la región autónoma china de Taiwán, uno de los principales ‘jugadores’ en el mercado de semiconductores. La segunda, establecer una cadena internacional alternativa de producción de microchips, sin participación de EE.UU. Y la tercera opción es desarrollar su producción por cuenta propia.
Esta última alternativa es la más costosa y arriesgada: la construcción de una sola fábrica de semiconductores puede suponer inversiones de entre 7.000 y 14.000 millones de dólares, y además con el riesgo de tornarse obsoleta en apenas cinco o seis años. Intel, líder en las ventas de semiconductores, gasta anualmente unos 13.00 millones de dólares en investigación y desarrollo. Huawei planea invertir este año 15.000 millones en el desarrollo de semiconductores.
Pero las empresas privadas no son rivales para el Gobierno chino, que se propone gastar 118.000 millones de dólares en el desarrollo de la industria de semiconductores, como parte del plan aprobado por el Consejo Estatal en 2014. Según ese programa, el 80 % de la demanda del mercado nacional será satisfecho con producción interna para el 2030. Y con eso, además, se alcanzarán ganancias de 305.000 millones al año.
Fuente: I Profesional