Una serie de investigaciones de un profesor español del MIT concluyen que estamos muy limitados para la vida social.
En el mundo hay más de 7.500 millones de personas. En la Unión Europea hay más de 500 millones. En América Latina, más de 600. En Madrid viven 3,1 millones; en Buenos Aires, 2,8; en Barcelona, 1,6. Sin embargo, en 60 años de vida adulta nuestra limitada capacidad cognitiva solo nos permitirá cruzarnos con tanta gente como hay en Becerril de la Sierra (Madrid), Alcudia de Crespins (Valencia) o Cacabelos (León): unos 5.000.
Nuestra capacidad de comprender íntimamente las motivaciones de personas distintas es ridícula
Las redes sociales, la tecnología y la facilidad de movimiento dan la sensación de que tenemos el mundo en las manos. Pero es solo una sensación. La cifra de gente con la que mantendremos un contacto que puede ir desde un par de conversaciones –un fontanero– hasta nuestra pareja es reducida. Ese grupo incluye toda la gente susceptible de convivir contigo, de aparecer en tu vida o de influir en tus decisiones: familiares, profesores, colegas, amigos y toda nuestra experiencia directa. Nuestra capacidad de comprender íntimamente las motivaciones de personas distintas es ridícula. Apenas existe.
Quizá hay quien piense que no puede ser. Es cierto que hay seres especiales capaces de conocer a mucha más gente: quizá 10.000 o más. O gente con oficios que lleven a más contactos: solo en la agenda de un periodista puede haber miles de contactos. El número es de hecho una mediana. “Pero lo que está claro es que esa cifra no es 1 millón, ni siquiera 50.000”, dice Esteban Moro, investigador del MIT Media Lab, de la Universidad Carlos III y autor de numerosos trabajos sobre redes.
Pero es importante tener en cuenta que también habrá mucha gente cuya cifra sea inferior a 5.000. “Si pensamos que 5.000 personas en 60 años son más o menos 2 personas cada 10 días, no creo que sea un numero tan pequeño”, dice Giovanna Miritello, hoy Lead Data Scientist de Vodafone Reino Unido, y coautora con Moro de los trabajos que dieron con esa cifra.
¿Cómo se puede calcular este número? Miritello y Moro trabajaron con llamadas de teléfono. Los dos investigadores tuvieron acceso a una base de datos excepcional de llamadas y sms entre 20 millones de personas de Telefónica en Reino Unido en los años 2009 y 2010. “Era la base de datos más grande de llamadas continuada en el tiempo. Casi un año y medio. Nos permitió estudiar cómo cambiaban los patrones de llamadas”, dice Moro.
“Primero establecimos una metodología que nos permitiera determinar cuando una relación social se activa o se desactiva”, explica Miritello. “Si nos fijamos en una ventana temporal para cada usuario somos capaces de medir tres cosas: relaciones que no existían antes, relaciones que no se van a observar en el futuro y relaciones que persisten tanto antes como después de esa ventana temporal”, añade.
Encontraron algo fascinante: el número es fijo. Su intención era ver cómo gestionaba cada persona el número de Dunbar: las 150 relaciones que un individuo puede mantener a la vez con éxito. Tenemos un presupuesto mental donde cabe un número fijo de personas: si entran dos, tienen que salir dos. Los investigadores comprobaron que ese número es constante, pero que cada persona lo gestiona de manera distinta. “Hay quien lo cambia todos los años (exploradores) y quien lo cambiaba muy poco (conservadores). Lo hemos repetido en otros países con llamadas, con email, con redes sociales”, dice Moro. Y el promedio se mantiene.
Tenemos un presupuesto mental donde cabe un número fijo de personas: si entran dos, tienen que salir dos
Miritello y Moro miraron también cuánto interactuaba la gente en Twitter y los resultados eran similares. Moro hizo además un juego con su email. Se descargó todo su historial y se mantenía la constancia, a pesar de haberse mudado de Madrid a Boston. “¿Cuánto gente puedo haber conocido en un semestre en Oxford? ¿60?”, se pregunta Moro para poner la cifra en perspectiva. Solo había un acontecimiento en la vida de Moro que había reducido algo el ritmo de gente que conocía al año: lograr un puesto fijo en la universidad. Es menos obligatorio cultivar relaciones si tus ingresos están garantizados. Hay una segunda tendencia clara para nuestros conocidos: a más años, menos nuevas relaciones.
Nada de todo esto es tan extraño. A la reciente boda de Pilar Rubio y Sergio Ramos fueron menos de 500 personas. Y eran dos personas escogiendo a toda la gente que les apeteciera de su pasado: no salían ni 500. La gente que conoceremos en nuestra vida es un tercio de la gente que cruza el Puente de Brooklyn cada día o quienes caben en un trozo de grada del Santiago Bernabéu.
Pero no es lo peor que nos rodee poca gente a lo largo de nuestra vida. Es peor cómo son.
Nos rodeamos de gente igual
Las 5.000 personas son solo el principio de nuestras limitaciones. Moro ha construido encima otros dos trabajos que ofrecen más detalles sobre la limitación de nuestra vida social. Con datos de telefonía móvil en ciudades de Estados Unidos, Moro ha medido con cuánta gente nos cruzamos –sin hablar, aunque con opciones de hacerlo– a lo largo de un año, cuántas caras vemos durante un rato: en bares, aulas, gimnasios, cines, manifestaciones, iglesias. Le salen 5.000 anuales. Las veremos pasar a nuestro lado, una, dos veces, y ya. Solo con un pequeño puñado de esas hablaremos.
Pero este no es el hallazgo más significativo de las últimas investigaciones de Moro. Gracias a cruzar los datos de telefonía con censo, Moro ha podido ver cuál es la renta de la gente con la que compartimos espacios a diario. Resulta que es parecida a nosotros: vivimos segregados. Esto es algo que la intuición ya detecta: los ricos viven en barrios de ricos, comen en restaurantes caros y trabajan en oficinas donde pagan bien. Pero ver cómo se mueven por una ciudad los puntitos según su color es otro nivel de evidencia.
De ese conjunto de clones saldrán los amigos y todas las parejas que alguien acabe teniendo
Escogemos los lugares donde vivimos y donde vamos a comer o de vacaciones porque están segregados a favor de gente como nosotros. De ese conjunto de clones saldrán los amigos y todas las parejas que alguien acabe teniendo.
A nuestras limitaciones cognitivas se suman otras físicas. En trabajos de un célebre experto en redes, Laszlo Barabasi, se ve cómo pasamos el 75% de nuestro tiempo diario en solo tres lugares. Las opciones de salir de nuestras diminutas burbujas son tan ridículas que también están constreñidas por la movilidad. “No vas a todos los sitios que te gustaría ir de tu ciudad. El número de oportunidades de conocer gente en una ciudad es también muy limitado porque el número de sitios donde vas también es muy limitado”, dice Moro.
Esta segregación casi natural tiene consecuencias: ¿cómo vamos a saber cómo son, qué piensa la gente que no se parece a nosotros si ni siquiera nos cruzamos con ellos? Ya no es que no hablemos con ellos. Es que no sabemos qué cara tienen ni por supuesto cómo son sus casas, sus problemas o deseos.
Las ciudades parecen ser enormes lugares de encuentro. Y lo son. Pero muy limitados por nuestra incapacidad humana. “5.000 personas en toda una vida es una buena cantidad. Te permite tener una familia. Uno es feliz. Permite muchas cosas. Pero si a esa limitación le añadimos que hacemos que se parezcan a nosotros, que viven donde nosotros, eso hace que nuestra sociedad sufra. Porque tenemos problemas de desigualdad. Debemos ser conscientes de que todo lo que hacemos en nuestra vida impacta en eso. Si te gusta un tipo de gimnasio o de trabajo, va a impactar en la gente que conoces”, dice Moro. ¿Cómo se sale de esa burbuja?
Fuente: El País