Es una maravilla de la evolución la palabra hablada. Pero su eficacia se ajusta a entornos reducidos, para que funcione en grupos pequeños, que son en donde hemos vivido y empleado nuestra voz la mayor parte de nuestra existencia humana. Solo una revolución muy reciente, la neolítica, con la que despega la evolución cultural de la civilización, es la que hace que nos podamos reunir multitudes. Y para ellas la palabra no alcanza.
Por eso la radio es una fabulosa invención que permite no solo que la palabra llegue adonde las ondas de aire se habrían desvanecido irremediablemente mucho antes, sino a muchos lugares a la vez. Es decir, no es necesaria la concentración en un lugar para poder escuchar.
Otro invento fantástico, el transistor, consigue para la radio —desde comienzos de la segunda mitad del siglo XX, y hasta entonces a válvulas— multiplicar los lugares adonde puede llegar el sonido, pues el aparato receptor no está ya anclado. Pero es a principios del siglo XXI cuando el sonido es una burbuja que nos envuelve y va con nosotros: es el fenómeno podestrian, el peatón —pedestrian— con la prótesis adherida del iPod o similar.
La expansión se acelera vertiginosamente en los años siguientes, pues el sonido deja de estar contenido en millones de burbujas y pasa a estar en una sola burbuja: la Red. Una burbuja que nos envuelve también a nosotros. Y entonces el sonido ya no tiene lugares, ni distancias que recorrer, ni tiempo que esperar para su transporte. Es ubicuo. Así que la palabra original, la proporcionada por la evolución natural, hecha de ondulaciones de aire, que necesita un lugar reducido antes de que rápidamente se desvanezca, queda a partir de ahora sostenida —como ristras de ceros y unos— en el espacio sin lugares y sin distancias de la Red. Inimaginable mayor amplificación de una capacidad natural proporcionada al ser humano por la evolución.
Y ya está emergiendo con los asistentes de voz, los bots, una interacción conversacional dentro de esta única burbuja sonora. De manera que se consigue intensificar el sentido de presencia, pues se experimenta no solo cuando se está en un lugar, sino cuando se puede de algún modo intervenir en lo que está sucediendo: y la conversación es la forma más satisfactoria y potente de intervención de la palabra, y la que proporciona mayor sensación de presencia.
Hoy lo habitual es que aquello que hay que ver se ponga delante de nosotros enmarcado en una pantalla electrónica. Pero entra en conflicto con el entorno en que estamos, pues nos arrebata la mirada para fijarla en la pantalla. El sonido, al ser envolvente, penetra en donde estamos sin hacernos perder nuestro lugar: no obstaculiza nuestra mirada, ni nuestros movimientos, ni tampoco las acciones de nuestras manos sobre el entorno, y puede convivir con otros sonidos del lugar. Y no hay que olvidar que la mayor sensación de proximidad con otra persona (sin barreras de desigualdad, de poder o de confianza) no es cuando están una frente a la otra, sino cuando comparten la misma mirada, es decir, cuando una está junto a la otra (como, por ejemplo, caminando). Y ahí está la poderosa atracción de la palabra hablada y la de los medios tecnológicos que posibilitan hoy su amplificación asombrosa: que no nos sacan de nuestro entorno para mostrarnos otro, sino que lo habitan junto a nosotros. Por eso es la primera y más rotunda y sencilla expresión de lo que ahora llamamos realidad aumentada.
Hay, pues, que estar muy atentos a la evolución de la expansión del podcast, y de las primeras manifestaciones de los asistentes de voz, pues quizá la Red, el mundo digital, penetre a partir de ahora más profundamente en nuestra vida en digital revitalizando y reinterpretando, amplificando, ese don de la evolución natural que es transmitir de cerebro a cerebro, con tan solo leves fluctuaciones del aire, emociones, razones y descripciones… todo tipo de información.
Es cierto que el precio de esta impresionante amplificación por la tecnología está en que las ondas de aire naturales de una voz se convierten irremediablemente en otras ondas, y en otras vibraciones mecánicas, para que puedan beneficiarse de sus propiedades. Lo natural y lo artificial siempre presentes en nuestra vidas, inseparables. Así que no es de extrañar que convirtamos en un acontecimiento, digno de esfuerzo —como ahora con la música— , concurrir al lugar donde se pueda escuchar a quien habla sin la mediación de los artefactos, solo a través de las ondas de aire. Y de esta manera se cierra el ciclo —aunque sea en ocasiones excepcionales— volviendo al grupo, a lo pequeño, donde en el principio tuvo lugar la palabra hablada.
Fuente: Retina El Pais
MUY BUENO