Con el crecimiento de la narrativa de “mobile first” o el enfoque de la industria de Silicon Valley para desarrollar el mercado móvil en los últimos años hemos escuchado que “un smartphone tiene más capacidad de cómputo que la computadora del programa Apolo”. Es cierto que al principio medían la cantidad de palabras a 16 bits que cabían en un sistema de almacenamiento en la interacción entre astronautas la parte clave no era únicamente la capacidad del hardware, sino la presión que tenían los que escribían el código. El promedio de los correos electrónicos enviados el día de hoy son de 75 mil bytes de información, el código de una de las cuatro computadoras de todo el vuelo del programa Apolo trabajaban con un código de 36 mil bytes.
Hace medio siglo una computadora era del tamaño de un cuarto, ahí es donde entraron los circuitos integrados, lo que permitió hacerlas más compactas (a un costo de medio millón de dólares). Hace 50 años, muy pocos sabían programar y nadie sabía cómo aterrizar en la Luna. Las computadoras incluidas en todo el equipo que retaría a la gravedad eran cuatro: una del cohete Saturno-V, Una en el módulo de comando, una en el módulo lunar y una más para abortar el alunizaje.
Viendo el documental del Apollo 11 en la pantalla IMAX del museo Smithsonian del Aire y el Espacio uno siente la presión con mayor fuerza en el momento en el que brinca una alerta dentro del Módulo Lunar previo a tocar la Base Tranquilidad. Neil Armstrong y Buzz Aldrin tendrían un ojo en la luna y otro ante un número 1201 y posteriormente otro número 1202. Estos números, líneas con código podrían ser su fin o su barrera antes de tocar nuestro observado y querido satélite natural. El principal reto de escribir código para el programa Apolo no era solo programar para que cifras minúsculas fueran altamente precisas, sino que además se tenía que hacer con lujo de precisión.
La AGC procesaba en tiempo real, que era impresionante para su época, ¡imagina que estuvieras por aterrizar en la luna en lugar de llegar a tu destino con Waze o Google Maps y en ese momento tu celular se congela! Ahí entraba un avance crítico para el momento, la multitarea prioritaria -gracias Halcombe Laning- con un elemento clave: la capacidad de cancelar las tareas menos importantes. Entender el valor del espacio es crucial, y más cuando quieres dejar claro el poder de una nación logrando un hito internacional en medio de una guerra fría y a tan solo dos décadas del fin de la Segunda Guerra Mundial.
Neil preguntó si las alertas 1201 y posteriormente 1202 eran críticas para tocar la Luna. El programador de esas líneas, un joven de 23 años llamado Donald E. Eyles, encontró el trabajo entrando directo a una oficina de Instrumentación proveedora de NASA después de una entrevista fallida para trabajar para una aseguradora. Nunca había escrito una línea de código, mucho menos sabía lo que se requería para pisar la Luna. Dentro de esas 35000 palabras había líneas que programaban un radar, pero la decisión de seguir o no recaería en Houston, no en un joven de menos de 25 años.
El poder cancelar tareas menos importantes fue definitorio, Houston dio la orden de seguir. Esto permitía a la AGC limpiar toda la memoria que se había llenado con información de un radar el cual se había encendido al activar un switch, que se entendería había sido activado por error humano. La multitarea prioritaria permitiría a la computadora mantenerse en las actividades más importantes, dejando atrás las alarmas, el Águila aterrizó en la Base Tranquilidad de nuestro entrañable satélite, esa perla celestial que nos acompaña en el navegar dentro de nuestra Vía Láctea.
La gran diferencia con traer tu teléfono celular es que ningún programador tiene tantas restricciones de espacio como lo tuvieron en ese momento quienes escribieron las líneas de código para la AGC. También es un gran recordatorio para que valoremos el espacio, de todo. El espacio en el que vivimos es finito. Los humanos, nuestros caprichos, nuestros modelos de movilidad y consumo de energía, todos dependen e impactan el espacio finito que compartimos; al menos en lo que logramos habitar otro planeta; con las dificultades que ello implique, como tratar de compactar a nuestra especie, lujos y gustos en un módulo para algunos pocos sobre un cohete que rete a la gravedad física, más allá de la gravedad social que hoy vivimos.
Fuente: Forbes