En gran parte somos lo que hemos vivido. O, mejor, somos lo que recordamos. Lo que podemos configurar en imágenes mentales para otorgarnos identidad.
Y también somos lo que viviremos, lo que imaginamos por venir, construido en parte también -no siempre con acierto- con material antiguo. Jorge Luis Borges, con su certeza poética, lo describió mejor: “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”. A veces esos espejos se hacen trizas. Se rompen de tal forma que es imposible recomponerlos y los recuerdos entonces desaparecen. Y hay que fijarse, muy en el fondo de los ojos de alguien, para reconocer en cierto destello a la persona que fue. Así de crueles son para quien las padece y para quienes les rodean las enfermedades neurodegenerativas. Más de 47 millones de personas en el mundo están afectadas, según la Organización Mundial de la Salud, por algún tipo de demencia que conlleva pérdidas cognitivas. Su causa no está clara y no existen tratamientos que puedan curar o revertir su evolución progresiva. Es un viaje de ida al olvido… por ahora.
Theodore Berger lleva 35 años investigando cómo evitar que los recuerdos se borren. Su proyecto es tan ambicioso y parecía tan irreal que él mismo reconoce haber sido tachado de loco por sus colegas científicos en muchas ocasiones. Pero este ingeniero biomédico de la universidad del Sur de California es inasible al desaliento. Berger ha pasado la mayor parte de su vida tratando de entender cómo funcionan las neuronas del hipocampo, la parte de nuestro cerebro encargada de convertir los recuerdos a corto plazo en recuerdos a largo plazo. Reconoce que no ha sido capaz de descifrarlo por completo, pero no está dispuesto a detenerse porque, aseguraba en una entrevista, “un técnico no necesita saber cómo funciona la música para reparar tu reproductor de Cds”.
“No tienes que hacer todo lo que hace el cerebro, ¿pero puedes al menos imitar algunas de las cosas que hace un cerebro real?”, se pregunta. “¿Lo puedes modelar y ponerlo en un dispositivo? ¿Puedes conseguir que ese dispositivo funcione en cualquier cerebro? Esas tres cosas son las que hacen que la gente piense que estoy loco”. El equipo de Berger ha conseguido desentrañar algo de la compleja actividad neuronal que se produce en el hipocampo y entender parte del proceso que nos lleva a fijar los recuerdos a largo plazo. Un paso de gigante que permitiría resolver pérdidas de memoria mediante la instalación de microchips en el cerebro. Sus teorías ya han sido mostradas en varios experimentos con animales y confía en ver los resultados en humanos dentro de algunos años. Un proyecto que podría terminar con enfermedades como el Alzheimer. Bendita locura.