Graciela Sandoval, se pregunta ¿somos nuestra propia definición de lo que es bueno y malo? Yo diría que sí, es la cultura de cada grupo social la que contextualiza la respuesta, sin embargo la sociedad global ha entrado en un paradigma tecnológico, matizado por los efectos de la pandemia y la inhumana criminalidad global, trastocando valores y patrones de conducta de la sociedad, por lo que la diferencia entre el bien y el mal parecen diluirse.
Enfocándonos al paradigma tecnológico observamos una gran división, por un lado las naciones que tienen a la investigación, el desarrollo tecnológico y a la innovación como eje fundamental de su crecimiento económico y del dominio de los mercados; de 130 naciones que reporta la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) solo 17 son productoras y exportadoras de tecnologías, mientras que el 87% son usuarias, resultado de un proceso histórico cuyo origen fue el colonialismo medieval, sentando las bases de un comercio injusto, a través de los oligopolios que caracterizan al libre mercado.
Mientras que las naciones desarrolladas con empresas trasnacionales, ya están aplicando terceras dosis de vacunas contra el covid, en África hay países que han podido vacunar tan solo al 6% y otros apenas al 1%, Haití, la nación más pobre del planeta no ha aplicado una sola vacuna.
La India y Sudáfrica solicitaron a la Organización Mundial de Comercio (OMC) suspendiera la Propiedad Intelectual de las vacunas para acelerar la producción que elimine la desigualdad de acceso entre países ricos y pobres, Dagfinn Sorli presidente de la OMC respondió que por los Acuerdos Sobre Derechos de Propiedad Intelectual Relacionados con el Comercio, no está en condiciones de acordar una conclusión concreta y positiva, evidenciándose que las trasnacionales farmacéuticas dueñas de la Propiedad Intelectual antepusieron las ganancias a la salud de la gente.
Esta desigualdad entre naciones también se identifica dentro de las naciones consideradas tecnológicas, Corea del Sur ocupa el 5º Ranking de innovación de la OMPI, pero en desigualdad tiene el lugar 32, de 38 países miembros de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE).
Cabe señalar que la deuda de las familias coreanas supera el 100% de su PIB, se enfrentan a intereses de más del 311%. Su alto nivel de desarrollo tecnológico no ha impactado en el bienestar social, la serie del “juego del calamar” refleja la falta de una economía social”.
La serie transmitida por netflix, es un éxito mercantilista, le han llovido críticas de toda índole, Fernando Buen Abad la considera como el “Capitalismo reducido a individuos”. La explotación y miseria reducidas a una ensalada de hambrientos tan ambiciosos y crueles como sus verdugos. Circo romano traído al mundo distópico de un paradigma tecnológico sin ética, el juego del calamar es una palestra de luchas a muerte, para ganar una gran suma de dinero, que a final de cuentas no resuelve la problemática social, pero si crea un vacío de valores.
La distopía tecnológica se genera cuando ésta pierde su sentido social, aniquilando valores y la cohesión social, vernos y sentirnos en el prójimo; para Savater la ética es la actitud de un individuo frente a sus obligaciones sociales, para sobrevivir en armonía de lo colectivo, mediante construcciones intersubjetivas coherentes con normas, creencias y principios comunes.
El desarrollo tecnológico, en su febril crecimiento, es indiferente a la ética-moral de toda cultura social, centrándose en el libre mercado, cuyas reglas se asemejan al juego del calamar, solo el dinero importa en la medida que se acumule.
La monopolización de los mercados deriva en el dominio de países a través de la integración de cadenas de valor, aprovechando su mano de obra barata, depredando sus recursos naturales, aniquilando culturas, pero indiferente a necesidades y facultades humanas, sin ver el dolor de la pobreza y de la desigualdad.
Todo ello hace necesario dotar al desarrollo tecnológico de una filosofía que lo centre en el ser humano y oriente hacia dimensiones responsables, incorporando la ética y la moral, sobre todo que las nuevas inversiones contemplen los derechos humanos y los objetivos del desarrollo sustentable, en esquemas que abatan la desigualdad social.
A propósito del Juego del Calamar ¿Distopía Socio-Tecnológica