Mientras Estados Unidos abre las puertas para los limones argentinos, investigadores de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) exploran alternativas ecológicas para controlar los hongos que afectan su producción. Argentina es el principal productor mundial de la fruta y las citrícolas tucumanas lideran la exportación nacional.
El uso de fungicidas sintéticos presenta desventajas, como la aparición de cepas resistentes, y pueden constituir un riesgo tanto para el medio ambiente como para la salud humana. Por otra parte, existen restricciones del mercado internacional en cuanto a la cantidad de residuos químicos permitidos en las frutas. Finalmente, la demanda de productos orgánicos por parte de los consumidores está en constante crecimiento.
El equipo tucumano desarrolla levaduras “killer” que destruyen los hongos de la fruta post-cosecha. Las enfermedades más comunes y severas son el moho verde y el moho azul, causados por Penicillium digitatum y Penicillium italicum, que ingresan al fruto por las heridas que se producen en su piel.
Las levaduras “killer” son extraídas de la superficie de los limones, de las hojas o del líquido del lavado de la fruta. Es decir que la cura de la enfermedad, en este caso, proviene del mismo cítrico; es parte de su flora microbiana. El equipo analizó 400 levaduras diferentes y se quedaron con las tres cepas que dieron los mejores resultados: Pichia, Clavispora y Cándida. El estudio fue publicado recientemente en la prestigiosa revista científica Plos One.
Los investigadores analizaron el estado de los limones que tenían una infección provocada por ellos mismos. Los dividieron en dos grupos: uno de experimentación (donde aplicaron la levadura) y otro de control. A los diez días observaron que los limones del segundo grupo se infectaban completamente; por el contrario, los limones protegidos llegaban en buenas condiciones, hasta el 90% del total.
Julián Dib, doctor en Ciencias Biológicas y docente de la Facultad de Bioquímica, Química y Farmacia de la UNT encabeza la investigación. Integran el equipo Julia Pérez Ibarreche, tesista de la Licenciatura en Biotecnología y Ana Sofía Isas, biotecnóloga. Los tres se desempeñan en la Planta Piloto de Procesos Industriales Microbiológicos (PROIMI) que depende del Conicet.
El PROIMI firmó un convenio de cooperación con la citrícola San Miguel (ubicada en Tucumán), la más importante del país en cuanto al volumen y a la variedad de su producción, que abarca desde el cultivo hasta la comercialización de limones frescos. Los investigadores probaron el producto en la citrícola en más de 3.000 limones, en diferentes etapas (al principio de la cosecha, a la mitad y al final).
Por ahora la forma de utilizar el producto consiste en disolverlo en agua, en baldes de 10 litros, donde se sumergen los limones en rejillas. Dib señaló que pretenden volver más ágil su uso durante el proceso de empaque. “Podemos aplicar la levadura en los grandes piletones durante el tratamiento que reciben con hipoclorito y carbonato. En ese momento se limpia, se encera y se selecciona la fruta por tamaño, color y requerimiento de mercado”, puntualizó.
Pérez Ibarreche afirmó: “lo bueno de trabajar con la citrícola es tener gran escala y trabajar en las condiciones que requiere la industria. Ellos quieren exportar el limón y el producto se piensa para la producción orgánica requerida por los mercados internacionales”.
Los últimos ensayos que realizó la tesista apuntaron a la exportación, teniendo en cuenta que los limones tardan unos 40 días en llegar a países de la Unión Europea o a Rusia, trasladados vía marítima, en conteiners en frío. Probaron la levadura durante esa cantidad de días a una temperatura de entre 7º y 8º C. “Al principio se infectaron los primeros limones, que son muy pocos en relación al total, y de ahí se mantuvo el efecto durante todo el lapso. Más del 90% no se infectó”, aseguró la investigadora.
Dib mencionó que el desafío actual es elaborar el producto en grandes cantidades. “Tenemos que estudiar las condiciones óptimas para su comercialización y para conseguirlo necesitamos el apoyo de la industria”, opinó. El equipo aspira a procesar la levadura, almacenarla en bidones y que las industrias locales puedan utilizarla.
La investigación está financiada por el Conicet; la parte práctica se realiza en la citrícola -que aporta materiales e insumos-, y reciben la cooperación de la Universidad Tecnológica de Malasia que está interesada en el producto. El científico tucumano explicó que sus colegas malasios quieren aplicar las levaduras “killer” para combatir los hongos de la fruta del dragón, planta que tiene valor comercial para ellos.
Jacqueline Ramallo, ingeniera agrónoma y magister en Producción, responsable de Fitopatología y Biotecnología de la citrícola San Miguel, calificó esta línea de investigación como muy valiosa. Aseguró que la conservación de frutas en post-cosecha irá indefectiblemente a productos que no dejen residuos. “Esto es una tendencia creciente a nivel mundial”, enfatizó.
Señaló: “el control de patógenos con productos biológicos (en este caso levaduras) es promisorio, aunque no tiene la efectividad de un producto de síntesis. Falta llevarlo a escala semicomercial y comercial”.
Ramallo está convencida de que el camino es el trabajo conjunto de investigadores y empresas privadas, donde cada parte aporte sus fortalezas. “No tiene sentido un sistema de investigación que trabaje ajeno a las necesidades del medio productivo”, concluyó.
Fuente: Noticias de la Ciencia