En la web podemos pedir comida, productos de Amazon o servicios de software. En la deep web podemos pedir drogas, teléfonos móviles robados o asesinatos y palizas por encargo. Por supuesto, en ambas podemos hacer muchas más cosas, mejores y (aún) peores, pero la sensación que queda tras navegar por esta última es lo suficientemente amarga e impactante como para no querer volver.
Para navegar por la deep web hemos de seguir el protocolo habitual de seguridad: instalar un proxy que haga de intermediario entre nosotros y la web que visitemos, configurar un VPN que simule que somos otro equipo de otro país, y descargar el navegador Tor para acceder a las páginas web con dominio “.onion” que caracteriza a la deep web.
Con la ayuda de algunos repositorios de enlaces y buscadores internos, comenzamos a transitar por un carrusel de páginas y foros repletos de comentarios, contenidos y servicios. De algunos hemos preferido no hacer capturas de pantalla ni nada que pueda suponer entrar en detalles por su escabrosidad: pornografía con todas las filias imaginables (incluidas imágenes explícitas de zoofilia) o páginas dedicadas por completo a compartir contenido gore, de violencia explícita y sangrienta.
De otros tipos de páginas sí podemos publicar al menos las capturas de pantalla, aunque no por impactar menos son más legales. Abundan los mercados online de mercancías de todo tipo, físicas y digitales.
Entre las mercancías físicas podemos encontrar cualquier droga -¿sabían ustedes que hay unas pastillas llamadas “whatsapps”?- en prácticamente cualquier cantidad. Podemos comprar desde unos euros de marihuana (eso sí, todos los pagos se hacen en criptomoneda, especialmente en bitcoins) hasta un kilo de cocaína por algo más de medio millón de dólares.
También tarjetas de crédito robadas y sin bloquear (o eso dicen, claro), teléfonos móviles y ordenadores robados, o en el plano digital, cuentas de varias plataformas de streaming o de servicios digitales, como Spotify o PSN.
Las armas, que también se venden, se envían por piezas en varios paquetes postales, la tarea de montarla de nuevo es del comprador.
Por otro lado, “servicios” para la vida real: hay grupos organizados que se encargan de asesinar -a elección del comprador si es con arma de fuego, con arma blanca, por envenenamiento, etc.-, violar, apalizar, “asustar” y otras actividades criminales a cualquier persona que escojamos, aunque si se trata de una personalidad pública, las tarifas se multiplican.
También es posible contratar a hackers con fines delictivos, como uno que habla varios idiomas -entre ellos, el español- y se define a sí mismo como un gran hacker con 20 años de experiencia y que podría ganar 100 dólares por hora en un trabajo “normal”, por lo que no se conforma con minucias.
Otro de los bienes habituales en la deep web son los carnés falsificados, bien sean DNIs o bien sean carnés de conducir, de varios países, España entre ellos. Incluso pasaportes. Los partidos de fútbol amañados también son, supuestamente, conocidos por alguna página que trafica con la información de estos en vistas a venderla a apostadores deportivos.
Uno de los rincones más dantescos de los que hemos encontrado ha sido una página dedicada a organizar red rooms: torturas a una persona emitidas en directo cuyo visionado es cobrado a razón de 300-400 dólares por sus organizadores. Pagando más podemos “ordenar” a los torturadores o verdugos lo que queremos que le hagan a la víctima. Se organizan eventualmente en lugares indeterminados, la próxima está programada para nochevieja. Si es una estafa y su existencia es solo un bulo es algo que al menos participando en ellas no pensamos comprobar.
En otros rincones de la deep web encontramos páginas cuyos contenidos no son directamente delictivos, sino que se usan como centros de información libre y descentralizada, o para dar servicios online -como almacenamiento en la nube o correos electrónicos- anteponiendo la privacidad a todo lo demás.
No obstante, la deep web es un lugar hostil para la persona promedio que no necesita recurrir a servicios criminales ni a contenidos ilegales -sí, varias veces hemos visto la palabra “pedo”, apócope de “pedofilia” como un reclamo que quien escribe estas líneas ni se atreve a pulsar por lo que pueda haber detrás-, con un contexto de desconfianza absoluta hacia todo aquel que ofrezca algo, aunque sea participar en un foro. El paseo por la deep web fue curioso, pero no echaré de menos nada de ella. Demasiada tensión como para arriesgar, demasiado que perder para quien no tiene nada que ganar allí.
Fuente: Tecnoxplora