Tener el dinero a buen recaudo es importante. Pero aún resulta más trascendente contar con cajas fuertes que no almacenen monedas y billetes sino genes, células, tejidos y material biológico.
La biodiversidad terrestre y la salud del futuro dependen en gran medida de unos bancos alternativos, que no sirven precisamente para guardar dinero. Uno de los más representativos se encuentra en Perú, en el Centro Internacional de la Papa (CIP). En este banco de germoplasma se guardan “copias de seguridad” de más de 13.000 patatas y batatas cultivadas y silvestres, además de otros tubérculos emparentados con ellas como la arracacha. En Noruega han sido más ambiciosos aún y han decidido crear un bunker con un banco de semillas de maíz, arroz, trigo y otros importantes cultivos alimentarios de todo el planeta.
Este enorme almacén se llama Svalbard Global Seed Vault (SGSV), y ha recibido muestras de los bancos de germoplasma de todo el mundo para duplicar sus semillas. Después de todo, la bóveda de este arca de Noé vegetal reúne las condiciones necesarias para que no se pierda ni una sola semilla ante cualquier gran catástrofe planetaria: se sitúa en el interior de una montaña congelada, a 150 metros de profundidad y a 130 metros sobre el nivel del mar, de forma que ni siquiera se inundaría si los casquetes polares se derritieran. Además, está construído a prueba de terremotos, radiación y actividad volcánica. Y aunque de momento apenas reúne un millón de semillas, que se conservan a una temperatura estable de -18ºC, tiene capacidad para almacenar 2.500 millones.
Sin embargo, no basta con congelar las semillas de las plantas agrícolas, porque las especies vegetales silvestres también deberían estar representadas en los fondos biológicos, igual que todas las especies animales, incluso los hongos y las bacterias. Científicos de todo el mundo llevan años haciendo un llamamiento para que se ponga en marcha una iniciativa global que permita conservar intactos genomas y células de todas las especies conocidas, y que vaya añadiendo con los de todas las nuevas especies que se descubran a partir de ahora. Después de todo se trata de ADN fruto de miles de millones de años de evolución, un tesoro que no tiene precio.
De ahí que, hartos de esperar una iniciativa internacional, investigadores británicos de la Universidad de Nottingham hayan decidido ponerse manos a la obra para crear un banco biológico que conservará a 80 grados bajo cero células madre de miles de mamíferos y aves que podrían extinguirse en los próximos 30 años. Frozen Ark, lo llaman.
Bancos ‘biológicos’
Salvarle la vida a personas con enfermedades congénitas o adquiridas de la médula ósea, como leucemias agudas, es el objetivo de otras entidades no financieras, los llamados bancos públicos de sangre de cordón umbilical. En ellos se almacena sangre del cordón extraída después del parto, y de momento se han empleado en más de 9.000 trasplantes en todo el mundo.
Menos conocidos son los bancos de tejidos, que hacen acopio de huesos y tendones, válvulas cardíacas, córneas y tejidos oculares, piel y segmentos de arterias humanas. Pero lo cierto que contar con este arsenal de ‘repuestos humanos’ resulta muy útil teniendo en que, según datos de la Asociación Española de Bancos de Tejidos, en España se realizan más del doble de trasplantes de tejidos humanos que de órganos.
Claro que, puesto a soñar, sería fantástico que cuajara la última propuesta lanzada desde la Universidad Hebrea de Jerusalén, donde están decididos a acabar con esa tremenda tensión que se genera cuando un donante de órganos muere y hay que asegurarse de que su hígado llegue a un receptor adecuado en menos de 12 horas, un plazo que se reduce a 300 minutos si el órgano en cuestión es el corazón. Su idea no es otra que desarrollar la tecnología necesaria para crear órganos de bancos que permitan almacenar pulmones, riñones, hígados y corazones completos sin límite de tiempo.
El problema hasta ahora era que, al intentar conservar los órganos a temperatura bajo cero (criopreservación), se forman cristales que dañan los tejidos y hacen que el trasplante resulte inviable. De ahí que sus miradas apunten a inyectar en los órganos un elixir con las proteínas que permiten a los peces y las bacterias de la Antártida que sus fluidos y células no se congelen a pesar de las bajísimas temperaturas de las aguas que habitan.
Por su parte, un equipo de ingenieros de la Universidad de Minnesotta acaban de crear un anticongelante biológico que incorpora nanopartículas de óxido de hierro. Su principal ventaja es que, cuando llega el momento de usar el órgano y descongelarlo, estas partículas se pueden activar con ondas electromagnéticas que calientan el tejido de manera uniforme, rápida y sin dañar las células. Otro paso más cerca de crear depósitos bancarios de salud, un bien mucho más valioso que todo el oro del mundo.
Fuente: Tecnoxplora