Podría decirse que el ser humano tiene un gran cerebro. Y no solo por su kilo y medio de peso, el cerebro ha dado al Homo sapiens, el humano pensante, herramientas para poblar todos los continentes del planeta; para aprender y crear desde minúsculos haikus, que conmueven hasta las lágrimas en 17 sílabas, hasta sondas espaciales que le permiten estudiar los astros y enviar mensajes esperando que seres intergalácticos los descifren. Pero en la actualidad, un gran cerebro puede convertirse en una desventaja para las especies animales no humanas en la Tierra.
Un cerebro es costoso, al inicio de la vida hay que proveerle energía para que crezca y se desarrolle, y hay que mantenerlo en la adultez, explica Alejandro González Voyer, investigador del Instituto de Ecología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Por el alto costo energético del cerebro, las crías necesitan más tiempo para desarrollarse, volverse independientes y entrar a la etapa de reproducción, así que la reproducción de la especie se vuelve más lenta.
Entonces, lo que en el pasado pudo ser una ventaja —crías y adultos con mayor capacidad de aprendizaje y flexibilidad en el comportamiento—, en las condiciones actuales —explotación, pérdida de hábitat y contaminación— resulta ser una desventaja, esto, según los resultados de una investigación que realizó Alejandro González junto con los científicos Manuela González Suárez, Carles Vilà y Eloy Revilla, de España y Reino Unido.
Los científicos analizaron la vulnerabilidad de 474 especies actuales de mamíferos de diferentes tamaños y en distintas categorías de vulnerabilidad de extinción, para analizar si el tamaño de su cerebro afectaba sus probabilidades de extinción. Lo que encontraron fue que un cerebro más grande, en relación al tamaño corporal, aumenta el riesgo de extinción de una especie. El equipo publicó sus conclusiones en la revista Evolution.
Un cerebro que “come” demasiado
El cerebro de un humano adulto sale caro, con cerca de 20 billones de neuronas representa alrededor de dos por ciento de su peso corporal, pero utiliza casi 20 por ciento de toda la energía que consume. De hecho, consume la misma cantidad de energía que todo el músculo esquelético en reposo, explican en un artículo Patricio Barros, Clara Juárez y Mónica Rosales, investigadores del Centro de Investigación Biomédica de Occidente (CIBO), del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).
Esto implica que una persona que consume dos mil kilocalorías diarias destina 400 kilocalorías al día solo para mantener su cerebro. Esto equivale, aproximadamente, a una ración de cuatro huevos fritos, seis tortillas o tres rebanadas de pan de caja.
Hay estudios que muestran que un aumento en el tamaño del cerebro está asociado a un incremento en la tasa metabólica, que es una medida del gasto energético que tienen los individuos cuando están en reposo, explica Alejandro González.
“Conforme aumenta el tamaño del cerebro, las crías aumentan de tamaño, simplemente porque deben tener cráneos más grandes. Esto hace que el número de crías por camada disminuya y además que se requieran más recursos para mantenerlas vivas”.
La extinción del cerebro
En pocas palabras, la extinción se da con un tamaño poblacional de cero, cuando ya no queda un solo individuo de cierta especie, explica Alejandro González, y a las especies con cerebros grandes les cuesta más alejarse de un tamaño poblacional de cero. En cambio, especies con cerebros más pequeños pueden invertir más recursos en la reproducción, tienen mayor número de crías y esas crías llegan más rápido a la edad reproductiva para participar en el incremento de la población.
Para llegar a esta conclusión, Alejandro González y su equipo colectaron datos publicados sobre 474 especies animales. Los datos incluyeron tamaño corporal promedio de los adultos, tamaño del cerebro de los adultos, promedio de crías, edad a la que las crías llegan a la madurez sexual, tamaño poblacional, entre otros. Además, incluyeron datos sobre el riesgo de extinción de cada una de las especies según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). El objetivo fue analizar qué variables estaban aumentando las probabilidades de extinción de las especies.
Hasta hace poco, una limitante de estas investigaciones era que no permitían determinar relaciones directas. Por ejemplo, se podía saber que si el tamaño del cerebro aumenta, el número de crías disminuye, pero no se podía saber si era por una relación directa, si una era la causa de la otra, o si había otros factores que estuvieran influyendo, explica el investigador.
“Pero ahora aplicamos un método nuevo, llamado modelo de vías, que permite determinar si la relación entre variables es directa, o si hay otra variable interviniendo”.
Eso permitió ver a los científicos que la relación entre el tamaño del cerebro y la vulnerabilidad ante la extinción es fuerte, pero es indirecta, pues el tamaño del cerebro afecta los rasgos en la historia de vida de una especie —por ejemplo, disminuye el número de crías— y a través de estos cambios en la historia de vida, afecta sus probabilidades de extinción.
“Desde luego, estas son conclusiones estadísticas y siempre habrá excepciones. Especies con un cerebro grande que no tengan un mayor riesgo de extinción y especies con cerebros pequeños que estén en gran riesgo de extinción”.
En el artículo, los científicos dan el ejemplo de algunos pájaros, en los que un cerebro más grande no afecta el tamaño de las camadas o su edad reproductiva y, por lo tanto, no afectan su vulnerabilidad ante la extinción.
Un cerebro que no ayuda
A Alejandro González no le sorprendió que un cerebro más grande aumentara las probabilidades de extinción en las especies de mamíferos, pues ya había otras investigaciones que apoyaban esta hipótesis, aunque no de manera tan contundente.
“Lo que sí nos sorprendió es que, en general, no hay ningún efecto benéfico por un tamaño mayor del cerebro. Pensábamos que quizá, para algunos grupos, íbamos a encontrar que el cerebro reducía la vulnerabilidad a la extinción al aumentar la flexibilidad en la conducta, pero parece que no”.
Estos resultados son específicos para el contexto actual, en el que el ser humano pone fuertes presiones sobre las especies. Distintas investigaciones sugieren que el ser humano ha propiciado niveles de extinción mucho más elevados que los que se habían visto en millones de años, tanto así que al fenómeno actual de extinción se le ha llamado la sexta extinción masiva.
“En términos generales, a través de la historia evolutiva de las especies se ha favorecido un aumento en el tamaño del cerebro, pero con esto vemos que el ser humano ha creado un ambiente que vuelve más vulnerables a las especies con cerebros más grandes y podría estar cambiando las tendencias evolutivas que existieron por millones de años”.
Fuente: Agencia Informativa Conacyt