Tras terminar su doctorado en EE UU, al que accedió gracias a una beca Fullbright, la investigadora Irene Arias era consciente de que existían maneras de saltarse la cláusula que le obligaba a salir del país. Sabía que podía quedarse para realizar allí su trabajo en el campo de los metamateriales —materiales capaces de generar propiedades no presentes en su naturaleza que se aplican en micromotores, farmacia y sensores, entre otros—, pero no entraba en sus planes: quería tratar de desarrollar su carrera en España.
Por este motivo, cuando le ofrecieron una plaza en la Universidad Politécnica de Cataluña, no se lo pensó dos veces. Ahora puede presumir de haber conseguido la beca ERC Starting Grant, del Consejo Europeo de Investigación, y el ICREA Acadèmia Award, entre otras ayudas que le han permitido seguir adelante con su vocación investigadora.
Casos como el de Arias no son fáciles de encontrar. Entre 2010 y 2015, el número de investigadores en el sector público español se redujo un 13%, según un informe de la Comisión Europea. En otras palabras: en este tiempo, el país perdió más de 10.000 investigadores.
“La universidad tiene que mostrar el reto que supone la investigación, el impacto que tiene en la sociedad”, defiende la investigadora. “Vender esta idea es relativamente fácil; lo complicado es que el desarrollo profesional, la carrera de investigación, sea atractiva. Y en España falta la voluntad de ofrecer a investigadores jóvenes un paquete atractivo”.
- Marchando una de presupuestos
Las universidades españolas recurren a todo tipo de estrategias para captar y retener el talento investigador: programas de divulgación, becas, proyectos en colaboración con empresas privadas, participación en programas de cooperación internacional, estancias en centros de investigación extranjeros… Podríamos seguir un buen rato. No obstante, las posibilidades de la universidades públicas son limitadas, ya que dependen en gran medida de factores externos.
En España falta la voluntad de ofrecer a investigadores jóvenes un paquete atractivo
Irene Arias, investigadora en la Universidad Politécnica de Cataluña
“Tenemos unas restricciones presupuestarias que limitan lo que podemos ofrecer a nuestros empleados. Las figuras contractuales son restringidas y las escalas salariales también”, lamenta Gabriel Bugeda, vicerrector de Política Científica de la Universidad Politécnica de Cataluña. “El porcentaje del PIB que destinan otros países a la investigación, bastante superior al nuestro, se traduce en que muchas universidades extranjeras están en condiciones de hacer mejores ofertas de las que podemos hacer nosotros”.
Los últimos datos del Banco Mundial le dan la razón: España destinó a Investigación y Desarrollo el 1,19% de su PIB en 2016; la media europea en este año ascendía al 2,12%. Hoy, los niveles de financiación de los presupuestos públicos en materia de investigación en España se sitúan en niveles inferiores a 2007.
- Con las manos atadas
Las universidades son conscientes de que el suyo no es solo problema de recursos; también se ven afectadas por el marco legal en el que se mueven. “Tal y como está estructurado, el sistema universitario no da más de sí. Hay que cambiarlo para que podamos llegar más lejos”, advierte José Capilla, vicerrector de Investigación, Innovación y Transferencia de la Universidad Politécnica de Valencia. “La solución no es regar de dinero a las universidades de forma indiscriminada, sino crear programas en los que los centros que lo hagan mejor puedan crecer más y esto haga de tractor de todo el sistema”.
El vicerrector opina que la toma de decisiones en universidades públicas depende de un sistema muy rígido que copia el funcionamiento de otros departamentos de la Administración. El exceso de burocracia y una organización extremadamente jerárquica puede funcionar para algunos organismos, pero no parece el modelo a seguir por una institución que quiere competir en el escenario internacional.
“El marco actual dificulta que alguien con excelencia universitaria pueda disponer de más medios para disponer de un laboratorio especializado”, expone Capilla. “Se trata a los departamentos como si todos fueran iguales. No podemos concentrar nuestros recursos para presentar una apuesta estratégica competitiva”.
- Una pelea desigual
La vicerrectora de Investigación de la UNED, Rosa María Martín, recuerda la época en la que un investigador que conseguía financiación para un proyecto nacional lo celebraba como el mayor de los éxitos, ya que era prácticamente la única salida que podía encontrar. “Hoy, nuestros estudiantes jóvenes tienen que irse a Europa porque España se ha quedado pequeña”, expone.
No podemos concentrar nuestros recursos para presentar una apuesta estratégica competitiva
José Capilla, vicerrector de Investigación, Innovación y Transferencia de la Universidad Politécnica de Valencia.
Muchos de los investigadores españoles que no sucumben ante la tentación de trabajar en una gran empresa optan por desarrollar su carrera en el extranjero. Y, al margen de estancias temporales en el marco de proyectos de cooperación internacional, el talento extrapeninsular tampoco ve futuro a la universidad española.
Un informe reciente de la Comisión Europea recurría a datos del Registro Europeo de Educación Superior para apuntar que, en 2013, solo el 2,1% de los docentes universitarios en España eran extranjeros. La capacidad de reclutamiento de la universidad española difícilmente se puede comparar con la de países como Suiza (43,5% en este mismo año) Reino Unido (27,3%) o Dinamarca (17,1%).
- Una llamada a la juventud
Martín se muestra optimista respecto al futuro y espera que la situación mejore en los próximos años, teniendo en cuenta las limitaciones existentes. “Con la crisis que hemos vivido, es difícil mantener el talento, pero ahora podemos volver a crear confianza”, comenta. “La generación que se ha ido tal vez no la podamos traer de vuelta, pero tenemos a la actual. La necesitamos si queremos renovar nuestras plantillas”.
Bugeda considera que el atractivo de la carrera académica se difumina ante la precariedad de las condiciones que la acompañan. Calcula que menos del 20% de los investigadores jóvenes tienen una situación contractual estable. “Tenemos una plantilla permanente muy envejecida, pero no apostamos lo suficiente por el relevo de gente joven con oportunidades de futuro”, denuncia.
Según la última Estadística de Personal de las Universidades, que publica el Ministerio de Educación, la edad media de los profesores universitarios supera los 54 años. Si hablamos de los catedráticos, la cifra se dispara: prácticamente la mitad ha pasado la barrera de los 60 y solo 2 de cada 100 tienen menos de 40 años.
“Normalmente, los funcionarios que estamos aquí hemos empezado con una beca de iniciación, después pasamos por un contrato predoctoral, luego pasamos a convertirnos en ayudantes de doctor…”, enumera Belén Ayestarán, vicerrectora de Investigación de la Universidad de la Rioja. “Así funciona la carrera investigadora: pueden pasar ocho años hasta que optas a una plaza con contrato. La carrera investigadora es larga y muy vocacional. Lo que piensan muchos, con razón, es que al terminar su máster, en la empresa van a ganar mucho más”.
Una de las iniciativas que lleva a cabo su universidad para fomentar la vocación académica son las convocatorias de iniciación a la investigación. Con ellas, los estudiantes de grado y máster pueden participar en proyectos en los que trabaja cualquiera de los 64 grupos de investigación de los 11 departamentos de los que disponen. Estas prácticas tienen un máximo de cuatro horas diarias, pero no son curriculares y no son muchos los alumnos que participan en ellas.
“Podemos hacer esfuerzos dentro de nuestras posibilidades; al fin y al cabo, tenemos autonomía universitaria. Pero no tenemos autonomía económica. Lo fundamental para atraer el talento es ampliar el número de convocatorias de Juan de la Cierva, Ramón y Cajal —programas de ayuda a la empleabilidad en investigación universitaria— y otros similares”.
Fuente: Retina El Pais