Pocos avances científicos han contribuido tanto a la salud y aumento de la expectativa de vida como las vacunas. Las epidemias que mataban cientos de miles de personas son cosa del pasado como también lo son brotes que diezmaban la cabaña ganadera y ocasionaban miles de muertos a causa de las consecuentes hambrunas. Las vacunas son una herramienta preventiva fundamental en personas y animales.
A pesar de ello, hay quienes se oponen al uso generalizado de las mismas. Sin ir más lejos, unos pocos días atrás, como parte de los nombramientos que está llevando a cabo la nueva administración norteamericana, se anunció la elección de Robert F. Kennedy –un conocido activista anti-vacunas- para dirigir una comisión que se encargará de estudiar la seguridad de las mismas. Lamentablemente, no son pocos los que opinan que las vacunas pueden tener consecuencias negativas y quiero dedicar unas líneas a revisar su origen, el impacto que tuvieron en sus inicios y el papel que desempeñaron las vacas en su invención, y los caballos en el desarrollo de algunas de ellas, en un claro ejemplo de cómo los animales hacen una contribución importante a la salud humana, más allá de sus cometidos más tradicionales.
Resulta llamativo que el adjetivo vacuno –relativo o perteneciente al ganado bovino, según dicta el diccionario de la R.A.E.- se transmute en substantivo para denominar a las vacunas. Veamos qué relación hay entre las vacunas y los nobles rumiantes a los que deben el nombre.
La historia de las vacunas se inició con los intentos que los galenos, ya desde antiguo, hicieron para controlar la viruela, una enfermedad vírica que sólo en Europa mataba a unas 400.000 personas al año. No sólo eso, muchos de los que sobrevivían a la infección quedaban ciegos (de hecho fue la principal causa de ceguera en Europa hasta la introducción de la vacunación y siguió siendo la principal causa de ceguera en la India hasta el año 1945).
La enfermedad era devastadora, nadie se libraba de ella –Ramsés V murió como consecuencia de la misma- y cuando afectaba a una población que nunca había sido expuesta (como los indios de América) desencadenaba un auténtico apocalipsis que mataba al 80% de los afectados.
Hoy; sin embargo la viruela es –junto con la peste bovina- la única enfermedad, completamente erradicada de la faz de la tierra, gracias, como no podía ser de otro modo, a la vacunación.
El síntoma más marcado de esta infección vírica era la presencia de aftas por todo el cuerpo que, se llenaban de pus y que, una vez secas, dejaban cicatrices de por vida. Muchas personas vivían desfiguradas como consecuencia de haber padecido –y sobrevivido- a la dolencia (tener la cara picada de viruela era muy frecuente en épocas no tan pretéritas).
Desde antiguo se tienen noticias de intentos de prevenir la enfermedad inyectando líquido de las pústulas de los enfermos en personas sanas. Esta práctica –conocida como variolización- y utilizada durante siglos en Asia y África, evitó la muerte de muchas personas, pero no era segura ya que en algunos individuos que recibían la inoculación, la enfermedad se manifestaba en toda su intensidad y a no pocos les costó la vida bien porque adquirieron la enfermedad y no la superaron, bien porque se contagiaron de otras dolencias del donante –como la sífilis-.
Pese a sus riesgos, la variolización fue introducida en Europa en el S.XVIII por Lady Mary Wortley Montague. Esta dama, esposa del embajador británico en el imperio otomano, supo de esta práctica y decidió variolizar a sus hijos en presencia de los médicos de la corte. El éxito cosechado hizo que por toda Europa y América se aplicase este método.
Pero veamos por qué las vacas son importantes en esta historia. Ya desde antiguo, las pastoras –concretamente las vaqueras- tenían fama de ser hermosas –como tal se las describe en la poesía pastoril y en las serranillas-. La razón no es otra que las personas que tenían contacto frecuente con vacas solían infectarse de la viruela bovina, enfermedad vírica con síntomas parecidos a la viruela pero mucho menos grave que la variedad humana, no dejaba cicatrices permanentes, y hacía a los que la habían padecido inmunes a la variedad mortal.
El médico inglés Edward Jenner (1749-1823) observó este fenómeno y decidió investigarlo ya que pensó que las vacas podían tener la cura para la viruela.
Jenner, convencido de que su intuición era correcta, comenzó a inocular a personas sanas con el líquido de las pústulas de las vacas. Al hacerlo, los pacientes desarrollaban una enfermedad muy suave que curaba pronto y que les hacía inmunes a la viruela. Es decir, el virus bovino afectaba muy levemente a los humanos y nos confiere inmunidad frente al virus letal.
Como todo avance científico fue recibido con escepticismo por parte de no pocos: algunos argumentaban que era contrario a la voluntad divina introducir una substancia de otra especie en el cuerpo humano. Otros argüían que la viruela bovina era una enfermedad venérea y no faltaron los autores de cómics que representaron niños vacunados con cuernos y rabos de vaca. Figura 5 Pero poco a poco los nobles ingleses comenzaron a vacunar a sus hijos e incluso Napoleón ordenó vacunar a todas sus tropas en 1805. El Papa Gregorio XVI describió la vacuna como un “descubrimiento precioso” si bien su sucesor León XII prohibiría la vacunación ya que consideraba ésta una oposición a los designios divinos. Tras muchos años de campañas lideradas por la OMS y concretamente por el Dr. D. A. Henderson, en 1980, la vacuna obtuvo su victoria final, cuando la OMS declaró oficialmente la viruela erradicada de la faz de la tierra (sólo Rusia y los EEUU conservan algunas muestras congeladas de virus vivo).
Pero las vacas no actuaron solamente al inicio de la historia de la vacunación. Su contribución fue más allá.
Como hemos visto, la vacunación se inició con material proveniente de personas que habían sido infectadas con viruela bovina. Para mantener una “fuente” constante de material vacunal lo que se hacía era pasar la infección bovina de una persona a otra. Cuando la persona recibía su dosis de vacuna desarrollaba una pústula en el punto de inoculación. El contenido de la misma se transfería a otras personas y así sucesivamente.
Pero, claro, no se transmitía sólo el virus de la peste bovina, en alguna ocasión otras infecciones se transmitieron, como la sífilis –mortal en un mundo que no conocía aún los antibióticos- y que afectó a varias decenas de niños y personal médico en Rivalta (Italia). Fue allí, a consecuencia de este incidente donde los médicos comenzaron a transmitir la infección entre vacas para tener así siempre material de pústulas provenientes de estos animales para inocular a personas. Este método se generalizó e incluso en el estado de Virginia se instaló una granja con el único fin de transmitir entre las vacas la viruela bovina y pasarla a personas como vacuna frente a la viruela humana. Se evitaban así la transmisión de otras infecciones entre personas.
Más tarde la tecnología permitió conservar material infeccioso de manera estéril y evitar así la necesidad de usar a las pobres vacas en este noble pero sin duda incómodo cometido.
Pero, claro, no se transmitía sólo el virus de la peste bovina, en alguna ocasión otras infecciones se transmitieron, como la sífilis –mortal en un mundo que no conocía aún los antibióticos- y que afectó a varias decenas de niños y personal médico en Rivalta (Italia). Fue allí, a consecuencia de este incidente donde los médicos comenzaron a transmitir la infección entre vacas para tener así siempre material de pústulas provenientes de estos animales para inocular a personas. Este método se generalizó e incluso en el estado de Virginia se instaló una granja con el único fin de transmitir entre las vacas la viruela bovina y pasarla a personas como vacuna frente a la viruela humana. Se evitaban así la transmisión de otras infecciones entre personas.
Más tarde la tecnología permitió conservar material infeccioso de manera estéril y evitar así la necesidad de usar a las pobres vacas en este noble pero sin duda incómodo cometido.
También los caballos se usaron para producir vacunas para personas. Concretamente las vacunas frente al tétanos y la difteria. El método era el siguiente: se inyectaba las acémilas con toxinas provenientes de estas bacterias de tal suerte que el animal sintetizase anticuerpos frente a ellas. Unos días más tarde se extraía sangre del animal y se separaba el suero que estaba lleno de anticuerpos frente a estas dolencias. Esos anticuerpos se administraban para curar a personas que estuviesen en riesgo de sufrir la enfermedad.
Hoy, estas prácticas están en desuso, pero no debemos olvidar que gracias a las vacas y caballos, se inició el uso rutinario de las vacunas que tantas vidas han salvado y que han supuesto un salto cualitativo enorme en la esperanza de vida del ser humano.
Este artículo nos lo envía Juan Pascual (podéis seguirlo en twitter @JuanPascual4 o linkedn). Me licencié en veterinaria hace unos cuantos años en Zaragoza y he desarrollado mi vida profesional en el mundo de la sanidad animal, de ahí mi interés en divulgar lo que los animales aportan a nuestro mundo actual. Soy un apasionado de la ciencia. Creo que es fundamental transmitir el conocimiento científico de una manera sencilla para que los jóvenes se enganchen pronto y para que la sociedad conozca más y mejor lo mucho que la ciencia aporta a nuestro bienestar. Viajar es otra de mis pasiones junto con la literatura, que no deja de ser otro modo de viajar.