El asma es una enfermedad que ocasiona el cierre de las vías respiratorias resguardadas dentro de los pulmones. Su control actual es con medidas de protección (evitar alergias) y fármacos, pero una nueva tecnología propone actuar desde el interior de tales órganos, quemándolos para que pierdan la capacidad de cerrarse.
Los últimos datos sobre esta terapia, llamada termoplastia bronquial, se presentaron en Ámsterdam, en el marco del Congreso Internacional de la Sociedad Respiratoria Europea en una sesión organizada por Boston Scientific. Astrid Montreau, de la empresa fabricante, recordó que el estudio AIR2 demostró que con el tratamiento se reducían un 82 por ciento los ingresos hospitalarios de los afectados, y un 32 por ciento los ataques. Esta diferencia quiere decir que los brotes que se dan son menores y no requieren ir a urgencias.
El tratamiento consiste en introducir un catéter por la nariz o la boca del paciente y llevarlo dentro de los pulmones, en una simulación. Una vez que se ha llegado al interior de las vías, la punta del catéter se abre como las patas de una araña, y cada una de esas extremidades metálicas, tras entrar en contacto con la pared interior del bronquiolo, emite una radiofrecuencia que quema el tejido circundante.
El efecto se puede comparar a la pérdida de flexibilidad de la piel en la zona donde hay una cicatriz. Más en detalle, lo que sucede es que en la pared de las vías respiratorias de una persona con asma, hay una capa, el tejido muscular liso, más gruesa que lo normal. Con esta descarga se reduce su tamaño, explicó Niven.
Pero el mecanismo no se conoce del todo, y Aubier apuntó que hay varios ensayos en marcha que apuntan a otros posibles factores. “Parece que también se insensibilizan las terminaciones nerviosas, lo que reduce el movimiento del músculo liso, y que hay otros efectos en el epitelio”, explicó.
El proceso tiene varios inconvenientes. Para empezar, es muy incómodo y, a veces, doloroso para el paciente. En Reino Unido, explicó Niven, se practica con anestesia local o sedación, pero Michel Aubier, profesor de Medicina Respiratoria de la Universidad Denis Diderot de París y uno de los que ha participado en los estudios de la terapia desde el principio, afirmó que decidieron utilizar anestesia total.
Otra complicación es el postoperatorio. “Se trata de una terapia muy agresiva”, dijo Niven, y precisamente una de las reacciones posibles es un ataque de asma. “Y duele respirar”, explicó Rea, una paciente de 24 años que se ha sometido al proceso.
O, mejor dicho, a los procesos. El tratamiento se aplica en tres sesiones para llegar a los lóbulos inferiores pulmonares derecho e izquierdo, y también a los superiores. “Después de la primera, pensé en abandonar”, admitió Rea. “Para la tercera pedí anestesia total, y que me aumentaran los calmantes después”.
Pero este proceso es transitorio. “A los ocho meses se empiezan a sentir los beneficios”. Rea los tiene claros. Desde 2013, ha conseguido estar más de un año sin ser hospitalizada por el asma, cuando antes tenía que ingresar varias veces cada año. Ha empezado a hacer deporte y ha adelgazado. También ha mejorado su vida social. Y toma menos pastillas –la medicación no puede eliminarse del todo– y sus ataques son menos intensos.