En el futuro explicaremos a nuestros sucesores que vivimos el nacimiento y auge de Uber, de la misma manera que ahora sorprendemos a la generación Z–los llamados postmilenials-, cuando les decimos que antaño veíamos “lo que echaban” en la televisión, y no lo que que queremos cuando queremos.
La iniciativa que fue más allá del vehículo compartido apareció como una alternativa a un déficit de oferta de taxis -junto su homóloga Lyft- en San Francisco, y de allí se extendió a otras ciudades norteamericanas. Su propuesta de valor para el usuario, basada en la tecnología, ha resultado en una revolución que está impactando a todo el servicio del transporte a nivel global.
Pero también provoca la aparición de clones por doquier, como la española Cabify, y de plataformas que con similar tecnología app emulan el método de Uber con los agentes propios del sector – los taxis- como MyTaxi, adquirida por Daimler, los fabricantes de los Mercedes. Incluso se acuñó el neologismo uberización, que explicaría el concepto de sector donde una innovadora plataforma colaborativa surgía y cambiaba el comportamiento del usuario.
Este hecho ha contribuido a la creación de muchas otras plataformas similares en diferentes sectores, como AirBnB, Glovo, BlaBlaCar o Wallapop. En teoría todo el mundo gana en la colaboración entre pares, salvo el agente tradicional del sector, y se ve como un logro de la sociedad, de la gente de calle. Pero sucede demasiado a menudo que la plataforma presuntamente colaborativa está controlada por escasas personas físicas -y sobre todo jurídicas-, con elevado poder adquisitivo, que intentan evitar al regulador sectorial y otras cuestiones legales como impuestos, permisos, o contrataciones laborales, entre otros.
Muchas startups han querido poner como definición de su propuesta de valor el Uber de en el sector que sea, incluso algunos en el pasado se han autodefinido como el Uber de la Sanidad. Lo que inicialmente parecía resaltar una apuesta por servicios a domicilio con tecnología, antes y mejor que el agente habitual, ahora aparece ante el mundo como la etiqueta del afán de precarizar y monopolizar un sector.
Pero es cierto que la uberización tecnológica ocurrirá en sanidad porque el escenario está servido: por un lado, el fenómeno de déficit de médicos es un problema global, según la OMS. En nuestro entorno, el regulador nacional está provocando un déficit de médicos, sobre todo, en una envejecida sanidad primaria. También se reduce la sanidad privada de médicos autónomos, que va decreciendo en miembros a pesar del aumento de usuarios.
Por otra parte, la gente del siglo XXI quiere ser atendida antes y mejor. El crecimiento espectacular de los seguros médicos en España representa un claro reflejo no solo del repunte tras la crisis de 2007, sino de la exigencia en servicio de los millenials, que ya conforman familias con niños o en busca de ellos, y tienen trabajo estable -más o menos precario- y sueldo.
Estamos viviendo el fin del principio del boom de la telemedicina, dado que la tecnología ya está probada e irá a mejor con las nuevas redes 5G en todas las grandes ciudades”.
Para dar este nivel de servicio del siglo XXI, el sector sanitario se ha lanzado a una transformación digital culminada en otros sectores. Un reflejo de esta apuesta serían las recientes y múltiples ofertas de los seguros médicos americanos -y algunos nacionales- para que sus clientes se mantengan en forma por el bien de su salud. Esto se lograría mediante la ayuda de dispositivos llevables, o wearables, que disponen de sensores de diferentes parámetros cada vez más sofisticados, baratos y útiles, para que uno mismo controle su estado de salud casi en tiempo real.
También estamos viviendo el fin del principio del boomde la telemedicina, dado que la tecnología ya está probada e irá a mejor con las nuevas redes 5G en todas las grandes ciudades. La parte que faltaba, la integración de extremo a extremo del servicio para pacientes, se está ofreciendo incluso en nuestro entorno, si bien mayoritariamente en el ámbito privado. El éxito residirá en no ser un añadido, sino en que la telemedicina sea un soporte de incorporación digital de bajo coste al seguro médico. Es difícil que por el lado profesional, agrupando la oferta de telemedicina, se logre algo fuera de los grandes grupos hospitalarios. El control de la agenda del médico es el eje sobre el que se va a vertebrar la telemedicina.
El siguiente paso puede ser que la inteligencia artificial, más o menos sofisticada en forma de Symptom Checker -un algoritmo que nos pregunta sobre síntomas para dar una posible causa de los mismos- nos ahorre visitas al médico e incertidumbres, y que, ante la duda, podamos descartarlas con el médico online. Si el software y el médico en videoconferencia no lo ven claro, el paso siguiente es que nos citen presencialmente en el hospital, que seguirá existiendo pero para procedimientos concretos. Este es el modelo que propone para la sanidad pública británica la startup Babylon Health. La propuesta es uberizante en tanto que es una amenaza para el statu quo económico y profesional: mediante la conexión por telemedicina, dicen poder resolver hasta el 80% de los problemas, lo que reduciría tanto el número de visitas a los médicos generales como a las urgencias de los hospitales. Los grandes perjudicados serían las consultas de medicina primaria, que allí son privadas y concertadas por el Gobierno, y los presupuestos destinados a ellas. La uberización completa pasaría por mandar en caso de necesidad presencial una ambulancia -o incluso un Uber- con un equipo médico que haga la gestión in situ o controle el traslado para hospitalizar o intervenir. De este modo, solo los casos más graves son tratados con más recursos. Incluso pudiera ser que el código postal dejara de ser más importante que el código genético, como sucede ahora.
Dentro del sector de la sanidad es clave el grado de confianza que se tenga en estos servicios innovadores; la filosofía Agile de ir construyendo el servicio a medida que se tienen interacciones con usuarios no es sostenible en el campo de la salud. Hay unos mínimos y unas regulaciones que cumplir, y una nimiedad puede complicarse en cualquier momento con resultados funestos. En estas situaciones veremos si el regulador se volverá garantista, contando con los agentes tradicionales y agencias gubernamentales -que deberán aprender quizá demasiado rápido- o confiará en los nuevos agentes innovadores.
Puede que se tienda a grandes proveedores internacionales de telemedicina, al estilo de los call centers de atención al cliente. Quizá podrían provocarse cambios gigantescos en la oferta, deslocalizando el servicio médico y entrando en las batallas en las que ya están los otros ubers. La gran baza de los ubers de la Salud será tener conciertos con grandes aseguradoras públicas o privadas para dar el servicio que los pacientes ya reclaman: acabar con colas, listas de espera, costes millonarios debidos muy a menudo a demoras e ineficiencias, y aportar transparencia y agilidad al sector. Solo nos queda esperar con optimismo, comprobar si este uso de la tecnología para poner al paciente en el centro se convierte en una nueva esperanza o se queda en una amenaza fantasma. Que la Fuerza de la Tecnología nos acompañe como pacientes.
Fuente: Retina El Pais