Es probable que muchos productores de frutos estén agradecidos con el trabajo científico del doctor en Biotecnología Leobardo Serrano Carreón, quien desde hace varios años estudia el desarrollo de agentes de control biológico de hongos fitopatógenos que causan pérdidas en cultivos agrícolas.
Y es que el investigador del Instituto de Biotecnología (IBt) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) desarrolló junto a su homólogo, Enrique Galindo Fentanes, el primer biofungicida hecho en México, el cual permite controlar una enfermedad común en las regiones productoras de mango, el antracnosis, mismo que afecta más de 50 por ciento del total de una producción.
Lo anterior lo llevó a obtener en 2014 el Premio Innovadores de América, galardón que reconoce los proyectos más destacados en los campos de desarrollo empresarial, social, cultural, científico y tecnológico en el continente. Otro reconocimiento por su trayectoria es el Premio Nacional de Ciencia y Tecnología de los Alimentos, concedido en dos ocasiones (1995 y 2002).
Además de su notable aportación científica al campo de la agricultura, el investigador mexicano tiene una fuerte convicción por impulsar el talento científico, así como el sentido de innovación en jóvenes universitarios. En entrevista para la Agencia Informativa Conacyt, Serrano Carreón explica las motivaciones que lo impulsaron al estudio de la Biotecnología y los éxitos que ha alcanzado en el ámbito de la investigación.
El origen en las letras
Leobardo Serrano Carreón nació en Poza Rica, Veracruz, en diciembre de 1963. Asegura que su infancia fue plena, pues su única obligación era responder a las exigencias del colegio. Como muchos niños de su comunidad, salía de casa para jugar con sus amigos vecinos durante las tardes hasta caer la noche. “Mientras estuviera bien en la escuela gozaba de todas las libertades; después de terminar mis tareas salía a divertirme y regresaba todo lleno de polvo”, recuerda.
Pero el doctor Serrano Carreón tenía un pasatiempo más intelectual. Como lector empedernido y seguidor de Reader’s Digest, encontró en las letras la curiosidad por descubrir más de lo que su natal ciudad podía ofrecerle.
“Yo ahorraba para comprar libros de la revista Selecciones de Reader’s Digest (…) Fue uno de los grandes motores que despertó mi curiosidad. Mi gran ilusión fue poder conocer los sitios que imaginaba y veía a través de las letras”, rememora.
Con la firme idea de ampliar sus horizontes, al llegar a la adolescencia se aventuró a salir de Veracruz y emprender un nuevo camino en la ciudad de México.
“Me dije, ‘tengo que irme a algún lado’, y afortunadamente mis padres pudieron apoyarme. No concebía quedarme; si solo has visto una sola cosa en toda tu vida no puedes aspirar a algo más, quería conocer cosas nuevas. Fue un choque cultural adaptarme a la gran ciudad; la forma en que me movía en comparación con Veracruz fue muy diferente, pero gracias a que durante mi infancia pasé mucho tiempo fuera de casa jugando y haciendo deportes, pude tener contacto con todo tipo de cosas”, comenta.
Ya instalado en la gran metrópoli, el investigador ingresó a la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) campus Iztapalapa, donde asegura tuvo su primer acercamiento con la ciencia. Encontró su vocación a través de la Ingeniería Bioquímica.
“En aquella época, al estar en provincia era muy difícil estar en contacto con la ciencia. Mi primer contacto con ella fue hasta la universidad, donde el plan de estudios era 50 por ciento teoría y 50 por ciento laboratorio. Fue durante este proceso que descubrí que lo aprendido en el salón de clases lo podía reproducir y ver en el laboratorio. Eso despertó mi interés de ir más allá, hacer muchas preguntas, experimentos. Con la ciencia nunca te aburres”, resalta.
Al preguntarle las motivaciones que lo encaminaron por su área de estudio, responde: “No soy una persona de cuestiones de memoria. Me gusta entender las cosas, resolver problemas y, por otra parte, la Biología te da la oportunidad de entender cómo funcionan los seres vivos. Estos dos conceptos me llevaron a estudiar esta carrera, y a mí me gusta mucho”.
Más tarde, al terminar sus estudios de maestría y doctorado en Francia, en abril de 1993 ingresó al Instituto de Biotecnología. Desde entonces su investigación ha estado dirigida al estudio de bioprocesos de cultivos de hongos para la elaboración de aromas y producción de enzimas capaces de degradar compuestos tóxicos de la industria petrolera y textil, entre otras líneas de investigación.
A finales de 1990 el investigador, en colaboración con Enrique Galindo Fentanes, inició un proyecto de ciencia básica para encontrar una solución al problema de la antracnosis, que se caracteriza por la presencia de pequeñas manchas negras en frutos, de este trabajo nació Fungifree AB, un producto para el control de enfermedades producidas por hongos en árboles frutales.
“Alrededor del año 2000 comenzamos a tratar de atacar el problema junto con investigadores del Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo (CIAD) para la búsqueda de microorganismos antagonistas. Del 2000 al 2006 se seleccionó un microorganismo entre cientos, (una bacteria) llamada Bacillus subtilis que demostró ser muy efectiva en campo”, comenta.
Del laboratorio a la industria
En 2008, en colaboración con investigadores del IBt, decidió permutar el conocimiento generado en el laboratorio y llevar el producto al mercado a través de la creación de su propia empresa: Agro&Biotecnia, spin-off para el desarrollo de nuevas tecnologías para la agricultura.
“Junto a Enrique Galindo y el biólogo Carlos Roberto Gutiérrez desarrollamos una empresa para llevar el producto al mercado, la cual se encargó de hacer los registros necesarios y de realizar el escalamiento de producción de 350 hasta 20 mil litros, para que finalmente el producto pudiera ser comercializado en noviembre de 2012”, explica.
Por el momento, la empresa desarrolla nuevas tecnologías y cuenta con diferentes prototipos para el control de otras enfermedades que afectan el sector agrícola. “Con la experiencia que tenemos esperamos no tardar mucho tiempo para lanzar otro producto al mercado”, comenta el integrante de la Academia de Ciencias de Morelos (Acmor).
El también académico de la UNAM forma parte de la Asociación de Innovadores Universitarios, cuya misión es motivar el emprendimiento de base científica, particularmente entre los estudiantes de posgrado de la comunidad universitaria, como una alternativa de ingresos y empleo de alta calidad.
Impulsor del talento científico
Además de su trabajo como científico, el también nivel II del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), tiene el firme compromiso de impulsar el talento científico en niños y jóvenes que viven en comunidades rurales, a través del programa.
Para el investigador, esta noble causa le ha permitido conocer a niños que a pesar de las adversidades y limitaciones económicas a las que se enfrentan día con día sonríen y disfrutan de las actividades.
“Ser científico me ha permitido contribuir con un granito de arena para que estos niños tengan un momento de esparcimiento, aunado con el apoyo que se les da para la escuela (…) Admiro a estos niños con quienes trabajamos, porque a pesar de sus carencias llegan a los talleres con una gran sonrisa y alegría”, concluye.