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Sin duda, una expresión más de la problemática ambiental contemporánea es la crisis del agua, que, como parte de esta, también es global y compleja, y en la que prevalecen prácticas antropogénicas en su origen y desarrollo.
Recientemente, en el Foro Económico Mundial (World Economic Forum, WEF, 2017) se reconoció la crisis mundial del agua como uno de los tres primeros problemas globales, junto al cambio climático y el terrorismo. La escasez de agua dulce se torna cada vez más alarmante: Mekonnen y Hoekstra (2016: 3) estimaron “que el 66% de los habitantes del mundo –cuatro mil millones de personas– vive sin acceso suficiente a agua fresca durante, al menos, un mes en el año”.
Además, los autores reconocen que el problema de escasez ha estado presente por años en grandes zonas de agricultura de regadío significativa y que, también, por años, el consumo humano del vital líquido se ha mantenido superior a los recursos disponibles.
Los pronósticos no son nada halagüeños y trascienden a los ámbitos social, económico y político.
En el documento, publicado por Science Advances, los autores plantean que el problema de escasez de agua trastoca los asentamientos humanos y que, de continuar el contexto actual de cambio climático, en el 2030 casi la mitad de la población mundial vivirá en áreas de estrés hídrico, incluidos entre 75 y 250 millones de personas de África; tal escasez en áreas áridas o semiáridas provocará el desplazamiento de entre 24 y 700 millones de personas.
Las consecuencias económicas de la problemática socioambiental no se harán esperar: malas cosechas, baja disponibilidad de alimentos, biodiversidad del medio ambiente afectada y escasa viabilidad de negocios. Ello contribuirá a desencadenar otros conflictos y crisis económicas y políticas por el acceso al uso y manejo del cada vez más escaso recurso: la disputa por el agua será causal de más conflictos bélicos en distintas regiones del planeta, “las próximas guerras no serán ya por el petróleo, sino por el recurso agua” (Shiva, 2006).
El agua constituye, entonces, un recurso multifuncional clave para una diversidad de usos: recreación y diversión, transporte, higiene, generación de energía y producción de alimentos, de tal manera que asegurar su acceso se convierte en bienestar social al fortalecer los procesos de producción y de seguridad alimentaria. Por el contrario, el mal uso y manejo del recurso se traduce en contaminación de los ecosistemas, enfermedades, pobreza, desigualdad e inseguridad alimentaria; factores que afectan el ciclo natural del agua y reproducen el círculo vicioso de escasez del vital líquido, con todas las consecuencias económicas y sociales ya descritas.
Para sensibilizar, concienciar y llamar la atención sobre tal problemática ambiental y acelerar las iniciativas encaminadas a hacer frente a los desafíos relativos a los recursos hídricos, el pasado 22 de marzo (Día Mundial del Agua) la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas proclamó el período 2018-2028 Decenio Internacional para la Acción «Agua para el Desarrollo Sostenible» (ONU, 2018). El decenio inicia y concluye precisamente en ese día conmemorativo, el 22 de marzo. Si bien son múltiples las acciones por hacer en atención a un problema tan complejo, como ha señalado el propio organismo internacional, el marcar en su agenda el día mundial del agua tiene el propósito de “…sensibilizar a las sociedades de que existe un problema sin resolver, un asunto importante y pendiente que atender para que, a través de esa sensibilización, los gobiernos y los estados actúen y tomen medidas o para que los ciudadanos así lo exijan a sus representantes” (ONU, 2018).
Esta nota invita a reflexionar sobre nuestra actuación cotidiana respecto a la crisis actual del vital líquido, a revisar las prácticas de consumo implicadas en nuestro diario vivir que contribuyen a su escases y a generar mayor contaminación, a pensar en la conexión que tiene la crisis del agua con los procesos de variación de la temperatura y otras crisis socioambientales (conflictos bélicos, migración social y escases de alimentos y su incremento de costos), a revisar nuestra particular relación con el entorno natural, social y humano al satisfacer nuestras necesidades y a pensar en cómo y por qué contribuimos a la crisis de escasez del vital líquido, en cómo podemos cambiar el estilo de vida que hemos privilegiado y nuestras prácticas de producción y consumo de alimentos.
Ello implica considerar también el papel que jugamos como ciudadanos informados, comprometidos con esa posibilidad de actuar como promotores y vigilantes de procesos de organización social que faciliten exigir a las instancias institucionales correspondientes su actuación en la atención de la crisis del agua y otras importantes crisis socioambientales que están presentes en nuestro diario vivir.
Fuente: Agencia Inormativa CONACYT
Por: Beatriz Olivia Camarena Gómez y Margarita Peralta Quiñonez