El primer científico no disponía de laboratorio, pipetas o reactivos, es más, no utilizaba ni siquiera un método. Lo que sí tenía era un profundo convencimiento: “los fenómenos de la naturaleza se explican por medio de la naturaleza”. Estaba convencido de que no era inevitable recurrir a Poseidón cuando había un temblor de tierra ni a Zeus cuando caía un rayo. Su nombre era Tales de Mileto, uno de los siete Sabios de Grecia.
Sobre Thales poco se sabe, se duda de su fecha de nacimiento e incluso de que naciera en Mileto, una antigua colonia griega ubicada en Asia Menor, lo que actualmente se corresponde con la costa mediterránea de Turquía. De lo que no parece que haya mucha duda es que hacia el siglo VI a.C comenzó a cocinar con unos ingredientes que, con el transcurrir de los tiempos, se llamarían ciencia y filosofía. Este griego fue uno de los primeros en hacerse las preguntas fundamentales de la humanidad: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?
Además de Thales hubo otros miembros destacados en la escuela de Mileto, como fueron Anaximandro y Anaxímenes. Todos ellos fueron los primeros en escribir los renglones iniciales de la historia de la ciencia y la filosofía.
Estos científicos buscaban un principio que permitiera unificar la aparente diversidad que existe en la naturaleza, en otras palabras, buscaban la universalidad. Tales creía que el origen de todas las cosas era el agua, para Anaximandro estaba en lo indeterminado o ilimitado –el apeiron-, mientras que Anaxímenes sostenía que el protagonismo había que dárselo al aire, que a través de sus cambios es capaz de generar todos los elementos existentes, como la vida. En definitiva, esta escuela jónica tenía una concepción hilozoíca del mundo, es decir, el principio de todo estaba en la materia animada viva, que era impulsada por una fuerza interna de transformación.
Un viaje muy fructífero para las matemáticas
En cierta ocasión Tales viajó hasta Egipto, en donde con la ayuda de un bastón, una cuerda y un ayudante pudo calcular la altura de la pirámide de Keops. El milesio calculó que la sombra proyectada por su altura guardaría una proporción similar a la altura de la pirámide con su sombra. De ahí dedujo que en el momento en el que su sombra fuese exactamente igual a su estatura, la sombra y la altura de la pirámide serían iguales.
Thales dibujó en la arena un círculo con un radio igual a su estatura y se situó en el centro. Cuando la sombra tocó la circunferencia, esto es, cuando la longitud de la sombra era igual que la altura, uno de sus ayudantes midió la sombra de la pirámide y de esta forma pudieron saber la altura de la misma. El matemático griego acababa de inventar el teorema que llevaría su nombre: el teorema de Tales.
Un filósofo con visión financiera
Aristóteles en su “Política” cuenta una divertida anécdota relacionada con este filósofo-científico, con la que demuestra que además de sabio tenía buen ojo para los negocios. Gracias a sus conocimientos de astronomía pudo prever, cuando todavía era invierno y después de varios años de sequía, que se avecinaba un año de lluvias y una excelente cosecha de aceitunas.
Partiendo de esos supuestos, reunió todo el dinero que fue capaz y lo invirtió en arrendar todas las prensas de aceite que pudo en Mileto y Quíos. El precio que tuvo que pagar fue muy irrisorio, ya que en ese momento del año no había licitadores. La cosecha fue, tal y como había previsto, muy buena y hubo una enorme demanda para utilizar las prensas, como Tales tenía el monopolio del sector el negocio le salió redondo. Y es que la filosofía no está reñida con la economía.
Fuente: abc.es