Comprendo el entusiasmo desbordante de Julia Díaz al hablar de este tema en estas mismas páginas: le va en el sueldo, por cuanto el Instituto de Ingeniería del Conocimiento es una empresa privada, aun cuando esté ubicada en un edificio de la Universidad Autónoma de Madrid. Aquí subyace ya uno de los grandes problemas éticos que nos estamos encontrando en el análisis del fenómeno del big data: mercados de datos disfrazados de investigación.
No hace todavía ni un mes que la Unión Europea señalaba que la dimensión ética de la inteligencia artificial no es una característica de lujo o un añadido, sino que tiene que ser parte integral de su desarrollo. Hablar de las salvaguardas éticas y legales en términos de «barreras burocráticas» define bien a quien así se manifiesta. Por mi parte tengo claro que nunca antes en la historia de la humanidad fue más importante la reflexión ética, adecuadamente implementada en normas jurídicas globales que garanticen la privacidad y la seguridad, protegiendo tanto al individuo como a la sociedad frente a previsibles errores y ataques.
Mostrar solo las aparentes bondades de la inteligencia artificial es siempre un ejercicio de manipulación, que en nada favorece el debate sereno y riguroso sobre un asunto que, ciertamente, está llamado a cambiar la manera no solo de hacer Medicina, sino también la propia autocomprensión del ser humano. Cuidado con caer en una dictadura del algoritmo.
Fuente: La Voz de Galicia