Los avances recientes en inteligencia artificial apuntan hacia una época en la que la falsificación en línea de documentos, imágenes, grabaciones de audio y video e identidades sucederá con una facilidad sin precedentes. La inteligencia artificial está en posición de automatizar a bajos costos la falsificación de alta fidelidad, lo que lleva a consecuencias potencialmente desastrosas.
La falsificación automatizada ya es común en las redes sociales, como lo atestiguamos en las elecciones de 2016 en Estados Unidos. Según The Washington Post, Twitter ha desenmascarado decenas de miles de cuentas automatizadas vinculadas con Rusia en los meses anteriores a las elecciones de 2016.
Facebook calculó que las noticias falsas difundidas por los bots respaldados por Rusia de enero de 2015 a agosto de 2017, llegaron posiblemente a la mitad de los 250 millones de estadounidenses que pueden votar.
Al intentar decidir si un material es genuino, es lógico considerar su fuente. Sin embargo, resulta que una página web, una dirección de correo electrónico e incluso el origen de una llamada telefónica fácilmente pueden falsificarse o “simularse”.
En internet, se utilizan las firmas digitales. Una firma digital es un método de computadora (que emplea la criptografía), para garantizar que el material no fue falsificado después de haber sido firmado. También se pueden autenticar los mensajes automatizados entre las páginas web con firmas digitales, pero su uso no es generalizado para certificar la autoría de los correos electrónicos, las publicaciones en las redes sociales, las imágenes, los videos, etcétera.
El fantasma de la falsificación con inteligencia artificial significa que tenemos que actuar, para que sean obligatorias las firmas digitales como forma de autenticar el contenido digital.
En primer lugar, tenemos que certificar las firmas, cosa que pueden hacer las autoridades centrales, o mediante métodos de computación más democráticos como la encriptación y la cadena de bloques. En segundo lugar, tenemos que hacer que la firma y la verificación de firmas sean tan eficientes como sea posible.
Nuestro software de correo electrónico, las cámaras de nuestro teléfono celular, nuestro procesador de palabras y cualquier producción de contenido digital deberían permitirnos firmar automáticamente. Nuestros navegadores, aplicaciones de redes sociales y otros softwares de lectura de medios deberían señalar si el contenido está firmado, y por quién.
Por último, y quizás lo más difícil, tenemos que promulgar la regla de que cualquier material que no esté firmado está potencialmente falsificado.
Fuente: Dinero en Imagen