Las compañías están invirtiendo en Industria 4.0 sus nuevos modelos de producción basados en la digitalización, la conectividad y el Big Data, lo que les permite anticiparse a las demandas de consumo y ofrecer un producto personalizado, competitivo.
La cuarta revolución industrial es imparable y el mundo empresarial ya no volverá a ser como antes. No existe comparación con lo que fue en el siglo XVIII pasar de la fuerza física a la máquina de vapor en lo que se denominó la primera revolución industrial o luego cambiar al modelo de producción en masa facilitando el consumo que fue la segunda. La integración de los ordenadores y la informática a los procesos productivos ha sido la tercera y la Industria 4.0, también llamada de los datos, es la cuarta.
Se trata de un nuevo mundo productivo sensorizado, gestionado mediante inteligencia artificial que procesa los datos mejor y más rápido que el cerebro humano y con costes mucho más asumibles.
La Industria 4.0 está ligada a la conectividad y es la gran oportunidad que tienen las empresas de responder con eficiencia a las necesidades que plantea la sociedad. El avance basado en la innovación está impulsado por un entorno inteligente, interconectado y generalizado, de oportunidades ilimitadas.
Un fenómeno que está permitiendo a los empresarios planificar con una visión estratégica clara y anticiparse a las demandas del mercado con la vista puesta en el rendimiento de cada inversión.
El nuevo proceso de transformación unido al cambio de mentalidad que significa pasar de un proceso productivo tradicional a la digitalización que se está implantado supone, en primer lugar, un avance sin precedentes que conlleva, además, hacer frente a cuantiosas inversiones en I+D+i.
En este contexto, la integración es la clave del progreso. Hay muchos factores que distinguen el sistema de producción de un país subdesarrollado, por ejemplo de África, del de uno avanzado en Europa, pero, básicamente, la diferencia está en el valor añadido que aporta. De cultivar el campo con animales a hacerlo con la maquinaria más moderna, la productividad es incomparable y de ahí también la rentabilidad. A esto, hay que añadir que la Industria 4.0 ofrece una mejor adaptación de la producción a la demanda del cliente, de una forma totalmente personalizada y en un menor plazo.
Como ejemplo de este nuevo modelo, un empresario fachadista líder en la construcción de algunos de los edificios más singulares y premiados del país aseguraba hace unos días que él ya trabaja en el concepto de fachada inteligente, un sistema muy demandado por los arquitectos que consiste en fabricar una fachada de última generación conectada a los más modernos sistemas digitales que aseguran el mayor confort y eficiencia al edificio con un consumo energético prácticamente nulo. Un avance que permite manejar en remoto desde el proceso de climatización, la luminosidad, el aire que se respira en su interior, la sonorización, hasta la propia seguridad.
Otro paradigma a seguir es el sector aeronáutico español que representa una industria estratégica en cuanto a exportación e innovación. El presidente de TEDAE, Jaime de Rábago, aseguraba que su objetivo es duplicar la facturación en 2025, hasta alcanzar el 1% del PIB con unas inversiones de 5.700 millones de euros para el período 2017-2024. En 2017, el segmento aeronáutico tuvo un volumen de negocio de 8.947 millones, con una inversión en I+D+i del 10% de su facturación y una productividad 3,4 veces superior a la media nacional.
Para el Gobierno, la Industria 4.0 es la clave para recuperar el peso productivo en el PIBnacional que en 2018 está en el 16,4% y el objetivo en 2020 es colocarlo en la media europea del 20%.
La ministra Reyes Maroto recordó que su gabinete ha destinado 30 millones al programa de industria conectada y en el Plan de Industrialización de la pasada semana se aprobaron 400 millones más.
En este contexto, es preciso hacer frente al miedo que existe al cambio. La experiencia dice que siempre surgen nuevas oportunidades, con profesiones y modelos de negocio que ahora no imaginamos. Así, en el siglo XVIII, los obreros trabajaban una media de 62 horas semanales y tenían una productividad por hora de 1,29 dólares. Actualmente, trabajan la mitad y su rentabilidad es 22 veces mayor al ascender hasta los 28,7 dólares por hora.
Los expertos aseguran que la revolución industrial 4.0 servirá para mejorar la vida de las personas. Las máquinas se encargarán de hacer las tareas rutinarias y de fuerza sustituyendo al trabajador y el ser humano hará lo que le hace único, crear y dar nuevas respuestas.
Fuente: latribunadealbacete