uchos están viviendo la Revolución Digital como los nobles de finales del Siglo XVIII vivieron la Francesa: ¡con terror! Ven la llegada de la tecnología como una invasión alienígena hostil destinada a acabar con sus puestos de trabajo y su forma de vida. Bajo este prisma, los robots se convierten en esos seres malignos pero terriblemente eficaces que son capaces de hacer su trabajo mejor, más rápido e infinitamente más barato. Los jefes los adoran porque no cometen errores, no se quejan y no se cansan. Y ante semejante competencia, la única alternativa que parece ofrecer el horizonte es la cola del desempleo. A esos malditos cacharros ya solo les falta presentarse en nuestras casas y suplantarnos también en el cariño de nuestras familias. Llevar a los niños al colegio, reírles los chistes a los suegros, jugar con el perro en el jardín.
Estas oscuras profecías robóticas están haciendo mella en la moral del sector menos tecnólogo de una generación que nació en un contexto analógico. Ven el panorama negro y, en realidad, hacen bien en preocuparse; sería necio negar que asistimos a un evidente cambio de ciclo laboral. Es cierto; los robos van a sustituir –ya lo están haciendo- a un buen número de trabajos que en la actualidad son realizados por personas. Esta web facilita a quien tenga las agallas de comprobarlo las probabilidades que tiene una profesión de acabar siendo sustituida por una máquina. El problema de tanto negro vaticinio es que en muchos casos la congoja que estas personas sufren por verse literalmente fuera del sistema es tal, que están arrojando la toalla antes de tiempo, sin presentar batalla.
Y a la robotización se le puede presentar batalla. Porque la usurpación se está centrando en aquellos oficios de carácter mecánico y con poco valor añadido. Y, de hecho, hay muchos trabajos para los que las máquinas difícilmente serán nunca buenos candidatos. Sin ir más lejos, en todos aquellos en los que las cualidades esencialmente humanas como la intuición, la inteligencia emocional, la flexibilidad, el pensamiento creativo, el sentido del humor, la creatividad, las habilidades sociales o la empatía sean parte fundamental de su trabajo.
Volviendo al presente, un buen ejemplo de que todavía hay margen de maniobra para los trabajadores que respiran lo encontramos en los servicios de atención telefónica. Los desarrollos tecnológicos ya permiten que un robot conversacional o chatbot resuelva una incidencia sencilla planteada por un usuario en un chat, o que nos hagan una encuesta de satisfacción a través de una grabación y un programa telefónico. Sin embargo, en la mente de la mayoría de los clientes, una voz enlatada o una serie de respuestas programadas todavía están en franca desventaja frente a la calidez y el trato personal de un operador humano que sepa hacer su trabajo.
Se da la circunstancia, además, de que es precisamente en esta era tecnológica de cambios constantes y velocidad acelerada, cuando las cualidades puramente “humanas” son especialmente necesarias. Hoy, más que nunca, se precisa “cintura” para sortear los vaivenes del mercado, los bruscos cambios de tendencia y la certidumbre de lo inesperado. Es cuando más falta hace flexibilidad, adaptabilidad y una gran capacidad para pensar “fuera de la caja”, de encontrar soluciones alternativas a problemas nuevos y viejos. Y en estas habilidades, los humanos todavía –ya veremos por cuánto tiempo- le damos sopa con hondas a las máquinas.
Las relaciones humanos-máquinas del futuro inmediato se encaminan hacia territorios de cooperación, no de confrontación. El transhumanismo permitirá la coexistencia entre algoritmos biológicos y digitales, de manera que los segundos completen a los primeros y lleguen allí donde las capacidades humanas sean insuficientes. Pero en esa dualidad hombre-robot, serán las personas quienes personas quienes seguirán llevando las riendas.
Fuente: Retina El Pais