Que después de asistir a un concierto, pasar la noche en la discoteca o acudir a una fiesta multitudinaria y ruidosa tu garganta se resienta incluso más que tus tímpanos, tiene una explicación. La misma que tu tendencia a hablar a gritos cada vez que llevas los auriculares puestos. O en restaurante atiborrado de gente. Eres víctima del efecto Lombard.
Así se denomina el reflejo por el que el cerebro da la orden de subir el volumen de nuestra voz cuando el sonido que llega a nuestros oídos es excesivamente alto. Se trata de una adaptación comunicativa automática destinada a hacernos entender en entornos ruidosos. Automática. Que nos hace gritar, incluso con el riesgo de dañar la laringe y quedarnos afónicos. Además de cambiar la forma de hablar, por ejemplo pronunciando las palabras durante más tiempo y haciendo más énfasis en pronunciar las vocales.
El centro de control cerebral del efecto Lombard la encontraron hace poco Jinhong Luo y sus colegas de la Universidad Johns Hopkins (EE UU). Según sus pesquisas, de activar la subida de volumen se ocupan el colículo inferior, una especie hub en mitad de la “autopista” auditiva, y el periacuducto gris. La segunda regula los músculos que se activan al emitir sonidos, y la primera recibe retroalimentación de los sentidos, sobre todo del oído. “Son estructuras del tronco cerebral, relativamente primitivas”, le aclara Luo a TecnoXplora. “De hecho, el efecto Lombard existe en casi todos los vertebrados, peces, ranas, pájaros y mamíferos; es un fenómeno antiguo filogenéticamente, que evolucionó hace aproximadamente 450 millones de años”, matiza. Es decir que en un ambiente ruidoso, las ranas de la charca también croan a voces. Y los pájaros pían a berridos.
Cuando le preguntamos a Jinhong Luo si es posible frenar ese impulso de desgallitarnos en los conciertos para que los demás nos escuchen, no titubea. “No se puede: subimos el nivel de voz cuando hay mucho ruido ambiental inconscientemente, y salvo que alguien se entrene específicamente para ello, es imposible inhibir el efecto Lombard”, nos aclara.
Como es una respuesta refleja, los otorrinolaringólogos le han encontrado una utilidad: detectar cuando una persona que refiere una pérdida de audición dice la verdad y cuándo miente. Basta con colocarle al paciente unos auriculares y entregarle un libro para que lo lea en voz alta y con intensidad uniforme. “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo…” A medida que lee, se incrementa el ruido que le llega por los auriculares, de diez en diez decibelios, hasta que suba el volumen de su voz sin darse cuenta. Solo si realmente tiene problemas de audición (hipoacusia), leerá siempre el texto con la misma intensidad de voz. Infalible para detectar embustes.
Fuente: Tecnoxplora