No te lleves las manos a la cabeza si alguna vez se te olvida dónde has aparcado el coche. A cualquiera le puede pasar. Tampoco es un delito dejarse las llaves dentro de casa, o extraviar el móvil en la barra del bar, o incluso olvidarse de la sartén que uno ha puesto fuego y no darse cuenta hasta que el humo invade por completo toda la casa. Pero si te ocurre por sistema, vives preso de los despistes.
Neurocientífcamente hablando, nos despistamos cuando información irrelevante atrapa nuestra atención y nos hace apartar la vista de las cosas realmente importantes. La responsabilidad de perder (o no) el norte recae sobre el Locus Coeruleus, un enclave del cerebro que funciona a modo de cruce de caminos, conectando diversas regiones de la sesera. Es la sede central de la atención. Está cargada de noradrenalina. Y resulta que falla más cuanto más primaveras cumplimos, se acuerdo con un reciente estudio de la Universidad de California del Sur (EE UU).
Para analizar su papel, Mara Mather y sus colegas desarrollaron un interesante experimento con 28 jóvenes y 24 adultos de edad avanzada en los que les enseñaban dos imágenes: una de un edificio y otra de un objeto. Algunas veces el edificio se veía claramente, mientras que el objeto apenas tenía nitidez. Otras veces se manipulaba la imagen para que ocurriera justo lo contrario. Los sujetos solo debían decidir qué elemento destacaba más. Para complicar un poco la cosa, en algunas ocasiones se hacía sonar un tono avisándoles de que al final del ensayo podían recibir una pequeña descarga eléctrica.
Mientras transcurría el experimento, los investigadores enchufaron sus escáneres cerebrales para observar tres zonas de la sesera. El locus coeruleus, por supuesto. Pero también el área parahipocampal de lugar, implicada en el reconocimiento de escenas y sitios, y la red frontoparietal, formada por neuronas que ayudan a discernir a qué le prestamos atención y que ignoramos. Lo que observaron fue que en las seseras jóvenes la comunicación entre las tres áreas era intensa en todo momento, y que eso les permitía ignorar la información poco importante. De hecho, cuando la foto del edificio era borrosa, las neuronas del área de lugar de los más lozanos apenas se excitaba, tal y como cuentan hoy en Nature Human Behavior.
Sin embargo, en los sujetos entrados en años, el sistema fallaba, sobre todo cuando sonaba el aviso de descarga. Cuando había un motivo de estrés o un sobresalto emocional, perdían la capacidad de discernir si el edificio era importante (nítido) o no (borroso). En la resonancia magnética se observaba una importante caída en la actividad de la red frontoparietal, el “filtro” de la atención. El estrés estaba impidiéndoles hacer caso omiso a lo poco importante. El control de la atención fallaba, y se convertían en carne de cañón para el despiste. Lo que explicaría los despistes constantes que sufrimos cuando “ya tenemos una edad”.
Fuente: Tecnoxplora