En junio de 2015, un niño de siete años, cercano a la muerte, fue admitido a la unidad de quemados del hospital universitario de Ruhr, en Bochum, Alemania. Había perdido la capa superior de la piel en el 60% de su cuerpo, y los médicos ya barajaban tratamientos paliativos.
No era una quemadura: sufría una condición genética rara llamada epidermólisis ampollosa que resulta en una piel extremadamente sensible. A veces se llama piel de mariposa, porque el tejido sufre úlceras y puede desprenderse al menor contacto. Su situación había empeorado repentinamente al adquirir una infección por la superficie descubierta. Pero vivió.
Sus cirujanos y varios investigadores describen esta semana en la revista científica Nature cómo le salvaron la vida, gracias a injertos de piel transgénica. La piel de mariposa puede tener varias causas, pero la versión de la enfermedad que padece el niño se debe a una mutación que le impide producir la proteína laminina 5, encargada de unir las dos capas más externas de la piel, la dermis y la epidermis.
Los médicos contactaron con el investigador que había demostrado, casi 10 años antes, que era posible curar células mariposa individuales mediante terapia génica, para luego cultivarlas y trasplantar la piel sana. Era el científico italiano Michele De Luca, de la Universidad de Módena y Reggio Emilia. Su técnica se basa en tomar una biopsia de piel e inocular las células con un retrovirus que contenga una versión corregida del gen defectuoso causante de la enfermedad. El gen viral se inserta –más o menos aleatoriamente– en el genoma de las células humanas, que desde ese momento son capaces de producir laminina 5 sin problemas. Luego cultivan la biopsia, hasta tener una superficie de piel tratada que se pueda trasplantar al paciente.
El único problema era que De Luca solo había intentado esto en un área pequeña de la pierna de otro paciente. A este niño le faltaban dos tercios de la piel. Uno de los riesgos asociados a la inserción de genes virales en células humanas es que, al no ser un proceso dirigido, el gen puede acabar en cualquier lugar dentro de los cromosomas. Las interacciones con genes o secuencias reguladoras de ADN contiguas son aleatorias y pueden tener consecuencias inesperadas, como la proliferación de tumores. Por este motivo los investigadores solo habían probado con superficies pequeñas de células, constantemente monitorizadas.
“No había un tratamiento alternativo para este niño”, asegura De Luca. Según los médicos, los padres aceptaron la terapia experimental porque su hijo “estaba en peligro de muerte”. Así que le tomaron la biopsia: cuatro centímetros cuadrados de piel de la ingle, una de las pocas zonas donde no presentaba heridas. La muestra fue enviada a Módena, donde el equipo de De Luca aplicó el tratamiento retroviral y, durante el mes siguiente, cultivó el tejido hasta obtener casi un metro cuadrado de piel sana. Como medida de precaución, los científicos secuenciaron el genoma completo para asegurarse de que el gen viral no se había insertado en regiones de ADN asociadas al cáncer de piel.
Los cirujanos cubrieron el 80% del cuerpo del niño con su epidermis nueva, en varias operaciones a lo largo de unos meses. “Hoy juega al fútbol, y cuando se cae sus heridas se cierran al cabo de dos semanas, como un niño normal”, dice Tobias Rothoeft, su médico en Alemania. No es piel perfecta, ya que no presentará una distribución normal de vello y probablemente carezca de glándulas sudoríparas, señala José Luis Jorcano, un investigador ajeno a este estudio de la Unidad Mixta CIEMAT/UC3M de Ingeniería Biomédica. Sin embargo, los autores afirman que la piel sí es elástica, no produce picores y no necesita crema, lo cual es un logro importante para cualquier trasplante dérmico.
Los investigadores han estado siguiendo con interés la evolución de la piel, ya que cualquier epidermis sana debería regenerarse completamente al cabo de un mes. Concretamente, querían saber si todas las células trasplantadas se regeneran por igual. Resulta que no es así: las células que ahora cubren la piel transgénica del niño son descendientes de un número limitado de células madre del tejido original. Lo saben porque todas las células de un mismo linaje tienen el ADN viral en idéntica posición dentro de su genoma, y en el tejido original había muchos más puntos de inserción que los observados en la revisión. Esto significa que algunas células –las que ya se habían especializado antes del injerto– no crean más células; se desprenden de la piel cuando llega su hora.
Dos compañeros de Jorcano, los investigadores biomédicos Marcela del Río y Fernando Larcher, están utilizando el preciso sistema de edición genética CRISPR para corregir una variante aún más severa de epidermólisis ampollosa en ratones. “En los últimos años se han desarrollado tecnologías maravillosas de edición genómica que nos permiten corregir el ADN en las propias células del paciente, sin introducir ningún gen externo”, explica Jorcano a Materia. Ésta, seguramente, será la terapia del futuro para los pacientes con piel de mariposa.
Fuente: elpais.com