Tú estás en el océano trabajando intensamente. Tienes una pequeña barca con remos. Has decidido que quieres ir hasta cierta isla lejana. Ese es tu objetivo.
Como te has preparado en la escuela de remeros, eso es lo que sabes hacer: remar. Todos los días, todas las semanas, remas y remas. Y sí, poco a poco ves como esa isla que parecía lejana aparece más y más cerca. Lo estás haciendo muy bien.
Como quieres llegar más rápido, decides remar no ocho, sino diez horas al día. Es lo que mejor sabes hacer… y tu barca de remos empieza a ir más rápido. Cuando te faltan unos mil metros para llegar (¡parece tan cerca!) estás un poco agotado, pero sigues remando.
De pronto, sin avisar ni pedir permiso, otra barca se acerca y comienza a alcanzarte.
¡Esa barca es muchísimo más rápida! No necesariamente más grande que la tuya, pero definitivamente más veloz. ¡Eso no es posible! Te dices a ti mismo. Seguramente el hombre que rema en esa barca tiene brazos de acero; quizás es Schwarzenegger. Mientras te pasa de lado, dejas de remar un poco para ver quién es el que viene en la barca.
Pero no es Schwarzenegger. Es un muchacho mucho más joven que tú… y no parece que sea más fuerte. Si acaso, no le vendría mal una vuelta al gimnasio.
Pero eso no es lo peor. Apenas logras a verlo bien (va demasiado rápido) pero pareciera que este muchacho… ¡no está remando! Aparentemente está leyendo el periódico mientras toma un Martini.
-
El muchacho es un millonario.
-
No es más listo que tú.
-
No es más fuerte que tú.
-
No rema más que tú.
-
No rema con mejor técnica que tú.
-
Su barca ni siquiera es tan grande.

