El documento para esta tarde ya casi está listo. Trabajar en el tren no es lo más cómodo del mundo, pero el evento de ayer con clientes terminaba tan tarde que era inviable volver el mismo día. En cualquier caso, ya casi hemos llegado.
“¡Qué bueno me sabe el café por la mañana!”, pienso, e intento ser discreto mientras me estiro. De repente, mi tranquilidad se hace añicos: frenazo, una mujer que pasa a mi lado se me cae encima, y veo, como a cámara lenta, cómo mi vaso se inclina a hacia el teclado de mi portátil. Chispas y apagón. ¡Maldita sea!
Teniendo en cuenta lo profusamente que se disculpa la señora, me he debido poner blanco como un fantasma. Le tranquilizo —al fin y al cabo, no es su culpa— mientras siento un nudo en el estómago: Había cambiado un montón de cosas en el documento y la reunión es esta tarde. Enciendo la tablet y abro el PowerPoint. Estupendo. ¡Todo se ha guardado automáticamente! Aunque la presentación es urgente, lo primero es lo primero: mi ordenador. Activo en el móvil el asistente de voz de la empresa y le cuento lo que ha pasado (en bajito, que aún me da vergüenza que la gente me oiga hablar con una máquina) para que traslade el mensaje al departamento de TI y que sepan que les dejaré el ordenador para ver si lo pueden salvar. Durante la media hora que me queda de trayecto, utilizo la tablet para meter algunos cambios más en la presentación, mientras en mi cabeza doy gracias a la persona que concibió la sincronización en tiempo real con la nube.
11:45 – Ya estoy llegando a la oficina. Menuda hora, ¡a ver dónde aparco! Miro en la app y veo que quedan tres plazas libres. ¡Qué suerte!, pienso mientras conduzco hacia la que me indica. Al principio era un poco escéptico con esto de buscar la plaza con el móvil, pero es bastante práctico, y cuando el parking está casi lleno, ahorra tiempo de búsqueda. Lo mismo me pasaba con no tener una mesa fija en la oficina. ¡Pensaba que nos íbamos a estar peleando por los mejores sitios!, pero como se reserva con el móvil, es todo ágil y sencillo. Mientras espero al ascensor aprovecho para hacerle una foto al ticket del parking de la estación desde la app corporativa, que la registra y la pasa automáticamente a los de contabilidad para que me reembolsen el dinero pronto.
11:55 – Nada más salir del ascensor dejo el portátil en la taquilla inteligente para la gente de TI. Me da un poco de vergüenza reconocerlo, pero aún no me conozco demasiado bien las nuevas instalaciones, así que abro el mapa de la planta en la app y sigo las instrucciones que me guían hacia el hotdesk reservado. Al llegar, escaneo con mi móvil el código QR de la pantalla y veo cómo automáticamente se cargan mis archivos y abren mis cuentas y sesiones en las diferentes aplicaciones. Así da gusto, ni conectar portátil a la pantalla, ni cables, ni nada. Me pongo los auriculares, entro mi lista de canciones favorita para concentrarme y me pongo a la carga.
13:30 – Solo me falta la última revisión con mi compañero, que hoy teletrabaja desde casa. Le aviso por la app y de inmediato entra en la presentación. Consensuamos las ideas y, de forma sincronizada, nos repartimos la realización simultánea de los cambios para el remate final.
14:05 – Ya me rugen las tripas. Guardo el trabajo, ya terminado, y, como el encuentro con el cliente es justo tras la comida, recojo ya mis cosas. Miro las salas libres con el móvil y reservo una para la reunión. ¡Seré idiota!, ¡me he dejado los cascos en la mesa! Cuando los recojo, veo que mi ya exordenador ha cerrado la sesión automáticamente al detectar que me separo. Abro de nuevo la app para ver el menú del día de la cafetería; merluza a la romana o muslos de pollo… No sé por qué decidirme; voy a ver qué tal pinta tiene cada cosa.
15:30 – Ya casi es la hora. Me acerco a la máquina corporativa de vending de electrónica: hay gafas de realidad virtual, cargadores de móvil, adaptadores… Ahí está: un altavoz con bluetooth. Saco el dispositivo con mi código personal y me voy a la sala. Escaneo la etiqueta de la entrada y me aseguro de que está todo conectado. Climatizador, temperatura perfecta; pantalla, conectada con mi tablet; presentación, abierta; altavoz, funcionando Genial. ¡Piribí!, suena la aplicación. El cliente se acaba de registrar en recepción. Saludo a mi compañero, que se acaba de conectar por vídeo conferencia tras recibir la misma alerta y bajo a por nuestro invitado. Me lo encuentro jugando con el panel de la entrada, donde ha ingresado sus datos y en el que ahora le aparece un código QR para obtener acceso directo al wifi de invitados. Le saludo y le invito a subir.
17:15 – Todo ha salido a pedir de boca; la propuesta le ha encantado. Quién lo iba a decir, ¡con lo mal que había empezado el día! Repaso mis mensajes y veo que me escriben de TI: el ordenador no tiene remedio; me lo han cambiado por otro, que puedo recoger en una taquilla. Tal vez debería celebrar un funeral para el ordenador, pienso mientras sonrío para dentro. Devuelvo el altavoz a la máquina expendedora y me digo: ya vale por hoy; mañana recojo el portátil, es hora de irse a casa.
Fuente: Retina EL Pais