La idea sobre la que se sustenta la democracia representativa es que a las masas nos sale a cuenta delegar nuestra capacidad de decisión a unos pocos. Estos representantes, elegidos por la ciudadanía, tienen dedicación plena a la vida política, y por tanto se presupone que tomarán decisiones informadas cuantas veces haga falta. Defendiendo, por supuesto, los intereses de sus electores y liberándoles de la obligación de estar pendientes de los asuntos de gobierno.
Pero resulta que hoy en día vivimos en una sociedad educada y conectada, capaz y deseosa de involucrarse en los asuntos políticos. El surgimiento de movimientos como el 15 -M en España o Occupy Wall Street en EE UU fueron una poderosa señal en ese sentido.
- Distintos grados de participación
Las cosas no son blancas o negras. No deberíamos circunscribirnos a decidir entre democracia directa pura (el modelo asambleario) o democracia representativa a la vieja usanza. Solo si aceptamos que hay alternativas podemos llegar a soluciones mixtas, en las que los ciudadanos deleguen el grueso de decisiones pero al mismo tiempo puedan participar activamente de algunas de ellas.
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Para llegar a ese punto es necesario que los ciudadanos podamos acceder a los mismos datos que los mandatarios, lo que nos permitiría poder tomar decisiones informadas y no depender de la voluntad del representante. Y, además, haría falta ampliar los marcos jurídicos relativos a los mecanismos de participación. Más concretamente, implicaría revisar el artículo 23 de la Constitución Española sobre el derecho a la participación en los asuntos públicos para hacer una Ley Orgánica de la representación y ampliar el margen de acción de las comunidades autónomas.
Ya se han comenzado a ensayar fórmulas participativas en varios puntos del territorio español. Los presupuestos participativos del Ayuntamiento de Madrid, cuyo modelo ha sido recientemente premiado por la ONU, se apoyan en la plataforma de participación de código abierto Cónsul. Ese mismo software se emplea también en ciudades como París o Buenos Aires.
Una de las experiencias más novedosas de los últimos tiempos se desarrolló en 2016 con motivo del referéndum por la paz de Colombia. Solo unos 600.000 de los seis millones de ciudadanos residentes en el extranjero estaban registrados para participar en el decisivo referéndum. La organización Democracy Earth Foundation puso en marcha un sistema de votación simbólica que, sirviéndose de blockchain, se usó para experimentar lo que se denomina democracia líquida: en vez de limitarse a decir sí o no, los votantes podían valorar varios de los temas incluidos en el tratado de paz e indicar la importancia relativa de cada uno.
- Combinación de inteligencias para gobernar
La toma de decisiones se basa en un sistema de votación sencillo, en el que solo caben tres opciones: sí, no, y abstención. La recombinación no binaria de la inteligencia colectiva y los algoritmos podría llevarnos a, por ejemplo, desagregar propuestas de ley por artículos para tratar las partes conflictivas específicamente o definir qué propuestas tienen menos rechazo.
- Un futuro que mola…
Para Jurado, un futuro que mola en la intersección de datos, representación y tecnopolítica será aquél en el que puedas votar las leyes que se discuten en un parlamento teniendo acceso a toda la información necesaria para poder formarte una opinión fundada.
Fuente: El Pais Retina