Vanuatu. República insular en el Pacífico Sur, a unos 1750 kilómetros al este de Australia. Diciembre de 2018. Un dron surca por primera vez los cielos de las islas con vacunas contra la tuberculosis y la hepatitis B. Un total de 13 niños y cinco embarazadas se benefician de la innovación tecnológica. Impensable sin la transformación emprendida por una ONG como Unicef, que vela por el bienestar de la infancia. Sin embargo, la revolución digital, que ha golpeado por completado a toda la economía, no cala en el tercer sector. Según datos de un estudio conjunto de la Fundación Botín y la Fundación ISDI, una cuarta parte de las organizaciones ni se plantea adentrarse en la digitalización.
“Existe un punto de necesidad de nuevos ingresos, captar a las nuevas generaciones e interactuar de otra forma. No solo piden la donación, sino que quieren transparencia y trazabilidad. Y la tecnología puede proveerlo”, argumenta Miguel Ángel Díez, director del ISDI Accelerator. Estos son algunos de los retos particulares que afrontan, pero la realidad apenas difiere de cualquier empresa al uso. Tal y como expresa Luis López, responsable de innovación, datos y tecnología de Unicef, la transformación de su organización ha tenido que ser integral, tanto de puertas para adentro como con los colaboradores externos. “La innovación abierta es la clave, por eso nos hemos abierto a aceleradoras de startups. También hemos cambiado la mentalidad dentro de la casa. Ya hemos automatizado el marketing o el big data”, afirma López.
La colaboración y aceleración de startups, por común que sea en cualquier gran compañía, cuando cae en manos del tercer sector cuenta con un pequeño inconveniente, el ánimo de lucro. Unicef no busca beneficios económicos con esta relación. De la mano de la Fundación ISDI, que ha ayudado en todo el camino de transformación, buscaron una solución alejada de la compra de acciones y entrar en el Consejo de Administración. “Si tiene éxito en determinadas circunstancias, dona un porcentaje a Unicef. Es un modelo novedoso que no se ha hecho en ningún lugar. Tiene sentido porque está ligado a un hito que no afecta al crecimiento de la startup”, sostiene Díez.
Suena muy bien –y es necesario para no ralentizar el viaje– contar con formación, abrirse al entorno emprendedor y codearse diariamente con la digitalización; pero, por mucho que Unicef haya decidido dar el salto, las restricciones económicas frenan en seco las posibilidades del tercer sector. “La falta de dinero es un problema grave. Esto va de rentabilidad, con una presión diaria enorme. Si necesitas salvar vidas de niños, no me cuentes mañana. Aunque la tecnología sea indispensable, a corto plazo cuesta verlo”, razona López. De acuerdo con el informe de la Fundación ISDI y la Fundación Botín, un 56% de las ONG solo destina 1.000 euros anuales a acciones digitales.
Un virus que inocula innovación
Si las organizaciones sin ánimo de lucro juegan con las mismas reglas que sus hermanas ansiosas por obtener más y más beneficios, resulta razonable que copien ciertos patrones de comportamiento. En el caso de la innovación, al menos así lo entiende Díez, todo se resume en inocular este virus para que crezca y contamine toda la compañía. Generar una espiral de digitalización, como ha ocurrido en las demás industrias, cuyo vórtice absorba a los que pretenden quedarse al margen. “Cuando una gran corporación comienza la disrupción, el resto va detrás. En el tercer sector va a empezar a suceder lo mismo. Seguirá este patrón. Algunos se perderán por el camino, pero como ocurre en cualquier empresa”, resume.
La importancia de que las ONG arranquen el motor de la transformación implica que el 1,2% del PIB de España –lo que contribuye actualmente– tenga el músculo suficiente como para aportar riqueza. Que más de dos millones de puestos de trabajo sigan vigentes. O que casi 13 millones de ciudadanos no aumenten su riesgo de pobreza y exclusión social. Si miramos lejos de las fronteras españolas, la revolución digital de Unicef ha supuesto mejorar la cadena de frío de medicamentos, crear alimentos terapéuticos, educar más rápidamente y geolocalizar a menores después de un desastre. “La innovación la destinamos al terreno. Claro que también nos ayuda a mejorar la relación con los colaboradores y socios y la captación de fondos, pero nuestro foco va al trabajo de campo”, precisa López.
Los tiempos se han acelerado por completo con esta revolución. Hablar de largo plazo se ha convertido en un anacronismo. Para el tercer sector, por si no fuera suficiente la labor social que desempeña, le toca lidiar con una carrera contra el cronómetro innovador aún más exigente que para otras industrias. Pocas han pulsado el botón de start, por mucho que los plazos jueguen en su contra. El momento de debatir acerca de si abrazar o no la digitalización pertenece a otra época, aunque no haya calado. “Las grandes corporaciones han de involucrarse también. Las startups ya han respondido. O lo hacemos juntos o no funciona. De esto va la innovación abierta. Será la manera de conseguir cosas chulas e importantes”, vaticina Díez.
Fuente:
Jorge G. García, J. G. G. (2019, 5 diciembre). Las ONG’s, ante el muro de la innovación. Recuperado 6 diciembre, 2019, de https://retina.elpais.com/retina/2019/12/05/innovacion/1575543407_590120.html