Hay días en los que se levanta una niebla tan densa como la mantequilla untable. Cuesta ver, cuesta andar, cuesta casi escuchar. Esos días, esos bancos de niebla, son una fuente inagotable de peripecias, accidentes y problemas. Hay brumas tan espesas que, como la vaca de García Márquez, pueden parar el metabolismo entero de una ciudad: pueden convertir en domingo cualquier día de la semana.
Pero lo peor no es eso, lo peor es que no podemos hacer nada para impedirlo. O, mejor dicho, no podíamos.
Un puñado de nerds jugando con drones. Si viajáramos a los llanos y páramos de Somerset durante las mañanas de noviembre de 2021, probablemente veríamos un grupo de investigadores de las Universidades de Reading y de Bath jugando con un tipo muy específico de drones. Unos drones capaces de «dar calambrazos» a los bancos de nubes.
El fruto de esas mañanas se acaba de publicar en ‘Geophysical Research Letters’ y tiene potencial para cambiar mucho de lo que sabemos sobre las «gestión» de las nubes.
Pastores de nubes. El resumen del trabajo es sencillo: se puede ayudar a que la niebla forme gotas de agua aplicando descargas eléctricas. De hecho, se pueden conseguir las cosas más variopintas con los calambrazos. Se puede «retardar la evaporación, o incluso, y esto siempre me sorprende, hacer que las gotas exploten porque la fuerza eléctrica sobre ellas excede la tensión superficial que las mantiene unidas”, explicaba Giles Harrison, coordinador del estudio.
¿Qué significa exactamente esto? Significa que podemos diseñar intervenciones con drones para movilizar el agua de las nubes y hacer que llueva. Es algo especialmente interesante porque, si funciona con la niebla (que por su estructura de gotas pequeñas es un hueso mucho más duro de roer que las nubes normales), todo parece indicar que es una alternativa realmente factible.
Factible, precisamente, en lugares como España (u Oriente Medio o el norte de África): zonas secas donde «ayudar» a las nubes a liberar la lluvia que contienen puede ser algo muy beneficioso. Más aún momentos de sequía extrema. Ahora, por supuesto, queda lo más difícil: hacerlo realidad.
Confiarlo todo al futuro. Pero más allá de si conseguimos o no conseguimos «motivar eléctricamente» a las nubes para que llueva, el avance de las tecnologías (hídricas, pero también sociales) que nos permiten no sólo gestionar mejor el agua, sino encontrar nuevas fuentes que utilizar es una buena noticia. Llevamos casi una década arrastrando una de las peores sequías que se recuerdan. Todo lo que podamos hacer es poco.
Fuente: xataka.com