La semana pasada traté en estas páginas de la tala repentina de seis hermosos pinos urbanos y me sumé a la improvisada defensa vecinal de dos ejemplares aún vivos, igualmente destinados a la motosierra. Aludí entonces a las carencias de la sociedad civil para actuar colectivamente, ejemplificadas en la debilidad del ecologismo local, y opiné, sobre todo, que la burocracia aplica con frecuencia criterios estandarizados que no responden a las necesidades concretas de las personas.
Hoy quiero añadir que este caso también muestra el lado positivo de los agentes que ejercen tales políticas. Así, es reseñable que la referida tala colectiva ha sido un efecto sobrevenido de unas obras de peatonalización surgidas del programa ‘Presupuestos Participativos 2018’ del Ayuntamiento de Zaragoza, una idea excelente que merece continuidad y mejora. En este sentido, espero que hayamos aprendido, por ejemplo, que no procede alterar sustancialmente un proyecto, sin consultar ni informar antes al público interesado.
Además, creo que las autoridades están asumiendo el malestar cívico de un modo democrático y conciliador. No se ha ejercido la fuerza, sino que se han suspendido las operaciones y se están dando explicaciones. Si, además, se salvaran los dos árboles que quedan y se hiciera de la vía peatonal un espacio verde que honrara a los que ya no están, la lección que recibiríamos de nuestra burocracia sería mucho más valiosa que la mera advertencia, también útil, sobre los problemas que generan los pinos urbanos. Para esto último, la inteligencia artificial que viene se bastará sola.
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